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tRIBUNA LIBRE

Navidades contrarreloj

Cuando miro atrás recuerdo la Navidad como un periodo tranquilo, un tiempo de calma, de hacer pocas cosas y estar con pocas personas; un tiempo para dejar pasar el tiempo, para observar y escuchar. Todo parece haber cambiado. Ahora te levantas y la velocidad parece adueñarse de tu cuerpo y has de estar atento porque los que te rodean sufren el mismo fenómeno. Sales a la calle y te apresuras a comprar los regalos que no pueden faltar, los postres navideños que no han de escasear en tu despensa y en general te dedicas a hacer honor al verdadedo influencer de nuestra sociedad que no es otro que el consumo; entre comercio y comercio aprovechas para caminar como un autómata esquivando peatones mientras lees las felicitaciones estándar que te envían por Whatsapp y que tú decides reenviar a esas personas importantes en tu vida con las que, por azares de la vida, no mantienes contacto desde las pasadas Navidades. Se acerca la noche y las luces de Vigo te invitan a disfrutar de la ciudad olívica con caballerosas arengas en inglés nivel medio, pero en la estación de tren te recuerdan que se han agotado los billetes para la Ciudad de la Luz y lo de encontrar un hotel es poco menos que misión imposible. No quieres desfallecer, porque el positivismo de la Navidad te obliga a ser feliz, pero llega un momento en que el estrés decide hacerte esa obligada visita en forma de rumiación, de modo que empiezas a preocuparte por si el regalo llegará a tiempo, la comida será suficiente, la foto de perfil reflejará adecuadamente lo feliz que eres y el lugar elegido para pasar el fin de año será lo suficientemente ideal para que tus fotos de Nochevieja tengan más likes que las de tus vecinos. E inmerso en este maremágnum de preocupaciones un inoportuno pensamiento recorre tu mente invitándote a mandarlo todo a la porra, a aislarte del mundo cual huraño como hacía Sócrates y a bajarte del tren de la Navidad porque prefieres descarrilar por cuenta propia antes de que El Corte Inglés haga descarrilar tu tarjeta de crédito. Entonces, Sócrates entra en escena y empieza a hacerte esas preguntas incómodas que no puedes dejar de escuchar: ¿qué tiene de malo la lentitud?, ¿y la oscuridad?, ¿qué hay de malo en regalar algo que no cueste dinero, como tu atención o tu tiempo?, ¿por qué no dedicar ese tiempo sólo a las personas que realmente te importan y para las cuales tú eres importante?, ¿qué hay de malo en hacer, al menos por una vez, lo que realmente te apetece?

*Vecino de Xaxán (Lalín)

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