Madrid viene de echar el telón esta semana a la Cumbre del Clima, que arrancó precedida de una gran manifestación en favor de la protección ambiental, con la activista Greta Thunberg como emblema. En la marcha organizada en paralelo a la conferencia mundial conocida como COP25 también participaron cientos de gallegos, mostrando la preocupación y la elevada conciencia verde que ya existe en la comunidad. De una manera sistemática, esa inquietud empieza a reflejarse en las encuestas. El estilo de vida y de producción de la sociedad actual tiene incidencia en el entorno en el cual desarrollamos actividad. Pagamos un alto precio por la industrialización, cercano al límite. Corregirlo implica un cambio de hábitos y de modelo económico, pero a un ritmo que permita digerir las medidas y que evite unos destrozos mayores que los beneficios que se pretenden conseguir.

Galicia acaba de cerrar el noviembre más lluvioso de la década. Durante todo el mes no hubo un solo día sin precipitaciones. Diciembre sigue igual. Noticias sobre alertas meteorológicas e incidencias atmosféricas protagonizan con una frecuencia desconocida la actualidad, también en nuestro país. Los fenómenos extremos empiezan a no ser excepción en todas las partes del mundo. Los informes de estos días en la Cumbre de Madrid lo constatan. Hay más deshielo. Sube el nivel del mar casi sin solución de continuidad. En localidades de la costa levantina donde los chubascos escaseaban, hoy no dejan de padecer riadas. El sur de Galicia, en el norte peninsular, compite en temperaturas cálidas con Canarias durante muchos periodos.

La experiencia particular de cualquier persona en su desempeño cotidiano le permite verificar que los científicos no hablan de una quimera. Los cambios del tiempo, el asunto de conversación más recurrente y protocolario, han dado el salto a la agenda social, política e institucional para quedarse. La intranquilidad va en ascenso. Hasta las empresas más contaminantes plantan batalla con el objetivo de convertirse en sostenibles, o aparentarlo. La UE viene de pactar también esta semana el objetivo de emisiones cero de CO2 en 2050. Europa se convierte así en el primer continente que se propone una descarbonización prácticamente total, pese a las reticencias y las dudas sobre el compromiso de varios Gobiernos.

Nadie mejor que un gallego para saber qué hacer a la hora de cuidar el territorio aunque de lo contrario, de desmanes y de feísmos, lamentablemente tampoco estemos faltos. De hecho, la comunidad ha conseguido a lo largo de estas décadas el pequeño milagro de acuñar como su imagen de marca la de paraíso natural, lo que no significa que su costa haya quedado indemne de la especulación y el desarrollismo ni que su campo y sus montes estén en gran parte a monte, nunca mejor dicho, a consecuencia de la galopante despoblación del interior. La comunidad nunca defrauda. Playas paradisíacas, acantilados únicos, hermosos ríos, rías incomparables, islas que reivindican su condición de patrimonio de la humanidad como las Cíes, mascarón de proa del Parque Illas Atlánticas. Espacios idílicos como la Ribeira Sacra o la Costa da Morte. Las sierras de la Galicia interior. Imposible determinar la estampa más preciosa, si la de cara o la de espalda.

Sin la implicación y la mentalización de los gallegos, conservar y recuperar nuestros espacios y tesoros naturales, su ecosistema, sería misión imposible. El impulso a muchos avances en esta carrera lo acaban propiciando elementos icónicos, como hoy ocurre con la niña sueca Greta Thunberg, su huelga escolar y su activismo mediático. Endiosada por muchos, vituperada por algunos, nadie puede discutirle su carácter de fuente de inspiración para millones de jóvenes que incorporan con una fuerza imparable la ecología a sus valores e ideario.

El esfuerzo no puede reposar solo sobre los hombros de los débiles en la escala social o de las regiones con escasa capacidad de presión contra los fundamentalismos. Los beneficiarios tienen que ser los ciudadanos, no eléctricas y cazadores de rentas. Y las responsabilidades no deben descargarse en otros, los norteamericanos o los chinos, las industrias o los despilfarradores. El problema incumbe a todos y empieza por la actitud y comportamiento de cada uno a título individual. ¿A qué sacrificios y renuncias estamos dispuestos?

En la sustitución de las energías fósiles por las renovables conviene actuar con prudencia al medir los tiempos. Para que el salto se produzca sin cataclismos, la economía no puede parar, ni tampoco disminuir el crecimiento y el progreso. Con medidas atropelladas e irreflexivas, que envíen al paro

Esto acaba de empezar y Galicia ya sufre las consecuencias. La industria repliega actividad en la comunidad alarmada por los precios de la luz, que la descarbonización exprés amenaza. Únicamente multiplicando la prosperidad podrán atenderse las necesidades de la población y así evitar que los pobres que no pueden adquirir coches eléctricos, instalar calefacciones de biomasa y comprar placas solares para autoconsumo sean aún más pobres. Un planeta impoluto sin medios con los que ganarse el sustento es también un planeta muerto.