Galicia entera se divierte con sus fiestas. En la recta final de agosto, la explosión de procesiones y verbenas del ciclo de verano continúa con una concentración de celebraciones masivas. Las fiestas son historia y patrimonio inmaterial, seña de identidad, expresión del sentir popular y, cada vez más, un recurso económico de primera división que engrandece la oferta turística en un mundo ávido de experiencias. Las romerías vuelven a estar de moda entre los jóvenes de la generación digital, que a la par que aprecian los espectáculos de masas, dan valor a lo rural y lo auténtico.

Para fiestas, Galicia. De norte a sur, de oeste a este. En verano y en invierno. Muchas que estaban condenadas han renacido con fuerza en las aldeas más recónditas. Es casi como un grito de reafirmación y de esperanza de esos pequeños núcleos que se resisten a echar el candado y que llaman a juntar a sus hijos dispersos al menos una vez al año.

No es poca la importancia de reunirse para comer, reír, gozar o bailar. Pero cualquier fiesta gallega, desde la íntima y recogida a la espectacularmente bulliciosa, tiene otra dimensión que la trasciende. Porque funciona como elemento de cohesión social: cada individuo participa, ocupa lugares públicos y expresa su condición de miembro activo de la comunidad. Porque actúa como válvula de escape a los problemas cotidianos: un estabilizador psicológico en tiempos acelerados en los que tanto importa el trabajo como el buen descanso. Y porque constituye un factor de riqueza importante: consume miles de euros en su propia intendencia, y mueve alrededor bastantes más con servicios especializados a disposición del gran público.

Aún no hay conciencia plena de este tesoro. Podría rentabilizarse mejor porque las fiestas y festivales gallegos adolecen de una oferta conjunta, de una promoción fuera mucho más ambiciosa y de un relato que multiplique el poder de convocatoria de algunas de ellas y de todas en común. Como también es necesario persistir en mejorar la calidad y estética de muchos eventos de interés turístico para reforzar su imagen. ¿Quién va a resistirse al manjar de embelesar los sentidos con unas vacaciones que empiecen con la célebre Rapa das Bestas de Sabucedo el primer fin de semana de julio, prosigan degustando las excelencias de nuestros mariscos y pescados, de nuestros vinos y acaben con los mejores productos de la huerta impregnando el paladar? ¿A quién no le impresiona un "tour" que incluya las procesiones marítimas del Carmen, la Romería Vikinga de Catoira, las danzas ancestrales, la multitudinaria fiesta del Cristo de la Victoria, la gran descarga en la Festa da Auga de Vilagarcía, la semana grande de A Peregrina, las fiestas folclóricas de renombre internacional, sin olvidar el bum de festivales musicales como O Son do Camiño, Atlantic Fest, Resurrection Fest, 17º Ribeira Sacra, el Son Rías, los conciertos de Castrelos o O Marisquiño, el mayor festival de cultura y deporte urbanos?

Galicia atraviesa un momento de efervescencia creativa, aseveran quienes conocen a los novísimos artistas. Hablamos mucho de los talentos forzados a emigrar, pero poco de los que se quedan aquí y producen cosas interesantes. Esa calidad emergente puede testarse en la música, por ejemplo, con esta proliferación de festivales por nuestra geografía. Necesitan que se les apoye. La globalización democratiza las oportunidades en el territorio de las ideas. Desde un pueblo resulta factible organizar, porque ya ocurre así, conciertos de culto como los de cualquier megalópolis afamada.

No se pueden parar, ni falta que hace, las ganas de diversión de la gente. El reto es saber encauzar esa vasta oferta antes de morir de éxito y gestionarla de manera adecuada siempre en armonía con la convivencia, con espacios ordenados, máxima seguridad, aparcamientos, disminución de ruidos, respeto y limpieza. Sin desmadres ni molestar a nadie.

Los viajeros, nacionales y extranjeros, que recorren Galicia regresan a casa entusiasmados por la vitalidad con la que ciudades y pueblos viven sus fiestas, por el influjo mágico de un ecosistema tan rico y diverso: ríos y rías, islas y archipiélagos, campos y montañas, costas escarpadas y suaves, cielos limpios, sol y lluvia, calor y humedad. Y por el trato humano y la hospitalidad de sus gentes. Las fiestas son un respiro, un motivo para regocijarnos en la alegría y el entretenimiento. Representan la antítesis del pesimismo y la crisis permanente. Constituyen una invitación a huir de las tinieblas y romper con las malas inercias. Nada mejor para recargar nuestras baterías vitales de energía positiva. Para resurgir, lo necesitamos.