Notre Dame sigue en pie gracias a los bomberos. Donald Trump, partidario de matar las moscas a cañonazos, hubiera elegido, como explicó en un tuit, la extinción del edificio bombardeándolo con aviones cisterna, pero, como siempre ocurre, fue una brigada de veinte hombres, el famoso pelotón de Spengler, la que en el último instante salvó la civilización de las llamas, al penetrar en las dos torres jugándose la vida. La imagen desde fuera era, sin embargo, desoladora: el chorro de una manguera contra el fuego que devoraba uno de los más bellos, imponentes y emblemáticos templos históricos de la cristiandad. "El lugar donde resuena el alma de París", según dijo todavía conmovida la alcaldesa Anne Hidalgo.

No solo los bomberos intervinieron a tiempo. Mientras se cuantifican los daños -algunos de los tesoros se han salvado- y se abre una investigación sobre el origen del incendio, Francia se ha unido para anunciar la reconstrucción de un templo testigo de su historia, empezando por la aguja desmoronada. Es un país demasiado orgulloso de sí mismo para fracasar en el intento, de ahí que algunos pretendan establecer con ello en un paralelismo la gran tarea del inicio de la reconstrucción europea. Pocos monumentos ejemplifican como Notre Dame al Viejo Continente. En 1944, mientras aún se combatía en las calles de París, De Gaulle asistió allí al Te Deum para celebrar la liberación.

Las campanas de las catedrales de toda Francia sonarán hoy a la misma hora en que el lunes se produjo el fuego. La grandeur se ha puesto en marcha para recobrar el esplendor de una de las piedras angulares de la civilización europea.