¿Cómo hacer que las plantas sobrevivan a la sequía? ¿Cumpliremos 120 años? ¿Está demostrado que los productos ecológicos resultan más saludables? ¿Cuándo acabaremos con el cáncer? ¿Las pruebas genéticas cambiarán radicalmente el campo de la ciencia? ¿La inteligencia artificial sustituirá a los cirujanos por robots? ¿Cómo afrontar con soluciones innovadoras los actuales problemas medioambientales? Responder a estas y otras muchas preguntas en todos los ámbitos del conocimiento requiere investigación, y quien no investiga y no apoya a la ciencia está condenado a descolgarse del desarrollo. Quienes descubren novedades nos permiten progresar, y los ciudadanos, ávidos de información científica rigurosa, reconocen así su talento. El esfuerzo, en cambio, no halla justa correspondencia en el trato que reciben de gobiernos, universidades y empresas. El grito de científicos de toda España, que vienen de reclamar soluciones urgentes para evitar la quiebra de la I+D+i en nuestro país, es harto elocuente.

Vivimos la era de las mentiras. La facilidad y contundencia para propagar ideas que posibilitan las redes sociales, en especial las conspiranoicas, y su capacidad para ofrecer a cada usuario sólo aquellos contenidos por los que muestra interés, encerrándolo en una burbuja, contribuyen a divulgar contra todo raciocinio las creencias más disparatadas.

Millones de personas están seguras hoy de que la tierra es plana, un movimiento de arraigo global que mueve cientos de vídeos y documentos por distintas plataformas digitales. Sostener un delirio así carece, al fin y al cabo, de consecuencias más allá de reírse con el estrambote. Pero existen otras locas afirmaciones, jaleadas como verdades, con deriva trágica. La suicida campaña contra las vacunas, por ejemplo, hace reaparecer enfermedades erradicadas. El pasado año, 38 personas fallecieron en Europa por sarampión, un retroceso sanitario inaudito.

Hay más conocimiento y progreso que nunca. El salto social ha sido enorme. Los avances, lejos de afianzar principios sólidos, los dinamitan y diluyen la frontera entre lo real y la ficción. Logros objetivos que han hecho mejor la humanidad están en discusión. Ocurre en todos los ámbitos y ahora también en el científico, en cuyas evidencias empíricas parecía que la posverdad iba a tener difícil cabida. De ahí la necesidad de responder con mensajes de alerta.

La falsa sensación de empoderamiento y rebeldía que transmite internet a cada individuo y la ligereza con que hoy pueden cuestionarse sin fundamento los discursos preestablecidos producen una combinación explosiva. La paradoja resultante es que, por cultivar algo en principio tan positivo como la duda sistemática y el espíritu hipercrítico, desemboquemos en la estupidez.

Decenas de seudoterapias, verdaderos bulos médicos muy en boga en la actualidad, pueden contabilizarse con un simple rastreo por redes. Algunas tan pintorescas como curarse mediante el contacto con ángeles, el uso de cristales y cuarzo o la exposición sucesiva a una fuente de luz y a la oscuridad. Lo peligroso es que cada teoría cuenta con público adicto y cualquier persona tiene a su alcance numerosos artículos argumentándola. Solo potenciando una cultura basada en criterios científicos y un acercamiento a las cosas desde la razón evitaremos el desastre. Frente a la credulidad y el escepticismo, formación e información para defender la verdad.

La inversión en ciencia es lo primero que sobra cuando la economía se tuerce y lo último que renace cuando la reactivación asoma. España es una de las diez naciones de la UE que todavía no recuperó el porcentaje de dinero público destinado a investigación previo a la crisis. Ahí sigue instalada en el último vagón de la Unión por su exiguo compromiso científico. Vienen de refrendarlo en un manifiesto, centenares de investigadores de centros punteros, asociaciones, sociedades científicas e institutos sanitarios que alertan de que la ciencia española es "una zona catastrófica" que necesita de medidas urgentes para rescatarla. Entre ellos, los gallegos Xosé Bustelo, presidente de la Asociación Española de Investigación sobre el Cáncer, y Marisol Soengas, investigadora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, dos de los grandes referentes en este campo. A la deficiente financiación se suma una burocracia decimonónica, que agrava aún más la carencia de medios. Por todo ello, la gestión de proyectos, la contratación estable de investigadores y la compra de suministros de laboratorio se convierten en una auténtica pesadilla, como describen quienes la sufren.

Las partidas para innovación han caído en el Estado un 5,8% de 2009 a 2017, según datos del Instituto Nacional de Estadística y de la Fundación Cotec. Por el contrario, en Francia aumentaron un 10%, en Italia un 12%, en Estados Unidos un 13%, en el Reino Unido un 16%, en el conjunto de la UE un 22%, en Alemania un 31% y en China un 99%. Aunque en el caso de Galicia las cosas han mejorado algo en los últimos tiempos, la investigación y el desarrollo necesitan de mucho mayor apoyo para crear una economía fuerte de cara al futuro, capaz de generar más bienestar a todos.

¿A quién deseamos igualarnos? Con varias elecciones a la vista, los políticos pueden retratarse y responder a la pregunta. Los ciudadanos tendrán así ocasión de verificar si las buenas palabras que siempre les regalan respecto a la ciencia son sinceras u otra de las innumerables falsedades que nos inundan.