La igualdad entre hombres y mujeres es una de las conquistas democráticas aún no alcanzadas. No es la única, pero sí una de ellas y probablemente la más importante y justa de todas. Una cosa es que la Constitución proclame que todos los seres humanos somos iguales ante la ley y otra distinta que eso se produzca realmente. Hay que exigírselo, desde luego, a una sociedad libre.

Existe la discriminación en el trabajo y en otros ámbitos de la vida. Las mujeres gozan de menos oportunidades y están lastradas, además, por un viejo papel de subordinación familiar anclado en viejas costumbres que, al contrario de las leyes, no se puede cambiar de la noche a la mañana, y que repercute en el desarrollo desigual de las personas. Nadie, salvo un tarugo, se atrevería a negar que la mujer se halla discriminada y carga con una responsabilidad familiar que por razones culturales los hombres no hemos contraído.

La movilización de las mujeres está, por tanto, justificada, aunque habría que averiguar cuáles son las mejoras experimentadas después de dos años consecutivos de exhibición de poder en las calles. La equiparación de papeles en la vida, independientemente de las leyes, llevará un tiempo, y en ese tránsito son preferibles la educación y la incentivación a las llamadas discriminaciones positivas con las que se intenta contrarrestar la desigualdad por medio de un trato jurídico desigual.

Pero lo mismo que se explica con claridad la movilización, no es entendible sin embargo la huelga, porque carece de coherencia dejar de trabajar para oponerse a una mentalidad machista y reclamar, al mismo tiempo, igualdad de oportunidades laborales. ¿Contra quién se para? ¿Es razonable convocar una huelga, por ejemplo, contra la misoginia?

De la politización del 8-M es mejor no hablar. Los intentos de excluir a los otros por razones de sectarismo y de oportunidad electoral es otra vieja costumbre discriminatoria. La mujer del presidente del Gobierno coreando consignas contra el adversario en primera línea de la manifestación, un verdadero disparate.