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Ánxel Vence.

crónicas galantes

Ánxel Vence

El humor en tiempos malhumorados

Autor y víctima de una broma que tal vez no tuviese gracia, un humorista afronta estos días el riesgo de purgar en galeras su burla -si es que lo fue- a la bandera nacional. A Dani Mateo podrían caerle hasta cuatro años de cárcel por el ya famoso sketch en la tele, lo que acaso sugiera que España avanza resueltamente hacia el pasado.

Uno de los pocos beneficios que involuntariamente dejó el franquismo fue el de convertir a los españoles en gente cosmopolita. Saturados por casi cuatro décadas de invocaciones patrióticas, los ciudadanos de este país parecían haber abandonado la superstición del nacionalismo. La resaca de aquel régimen que ponía banderas hasta en los estancos vacunó, en cierto modo, a la gente; aunque el culto a los emblemas y a los pendones -tan antiguo- se trasladase extrañamente a los reinos autónomos.

La mejor prueba de ello es que este es todavía uno de los pocos países de Europa en el que no existe un partido parlamentario de ultraderecha como el Frente Nacional francés o la extravagante Liga Norte que gobierna en Italia.

Eso podría cambiar en las próximas elecciones, dado el auge de cierta formación que apela al miedo a los inmigrantes y practica con desenfado la xenofobia para rebañar votos. Las encuestas sugieren que tales proclamas nacionalistas van a proporcionarles una cosecha pequeña pero relevante de escaños, lo que confirmaría que incluso en esto nos vamos aproximando -marcha atrás- al resto de los europeos.

Puede que se trate también de una reacción contra otros nacionalismos igualmente xenófobos, si bien de más limitado alcance; pero aun así sería una pena que los españoles perdiesen su admirable actitud cosmopolita de las últimas décadas.

El nacionalismo, apenas existente en la sociedad, se había refugiado en la selección de fútbol, paradójicamente apodada La Roja; pero no tenía gran predicamento desde el punto de vista político en España. El fútbol era la espita por la que se liberaban inocuamente las pasiones nacionales que, como recordó en su día Borges, son los más torpes de entre todos los sentimientos que pueden aquejar a una ciudadanía.

El caso de Dani Mateo y otros similares apuntan a que el país ha entrado en franca involución hacia tiempos que creíamos olvidados. Todavía no se ha producido la habitual exaltación de banderas e himnos que otros cantan teatralmente con la mano en el pecho: pero todo es cuestión de tiempo y de que los ánimos se sigan enconando.

Ni siquiera parece haberse concedido al cómico la eximente habitual del "animus iocandi", latinajo que alude a la intención de bromear que resta o incluso anula la culpabilidad de quienes la ejercen. Es una larga tradición que se remonta a los tiempos medievales, cuando los bufones de la Corte disfrutaban del privilegio de chancearse del rey y decir lo que a los demás no les estaba permitido.

Triste y aburrido país sería aquel en el que a los cómicos se les prohibiese bromear sobre las cosas serias a fuerza de conducirlos a los juzgados. Convencidos de ello, los jueces de la Francia republicana desdeñaron una querella contra los humoristas de Charlie Hebdo que habían publicado ciertas caricaturas del profeta Mahoma.

Aquí aún discutimos sobre si el chiste de Mateo tenía o no gracia. Se conoce que el país no está para bromas, a pesar de que España diese al mundo esa cumbre del humor que es El Quijote. Tantos siglos después, y todavía malhumorados.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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