Con la educación nos lo jugamos todo. Es lo más importante y prioritario que cualquier sociedad puede legar a sus generaciones futuras. Pero por más que todos coincidan en que el gran desafío es acometer de una vez y en todos sus frentes la eterna renovación pendiente, seguimos sin ponerle remedio. Corregir las imperfecciones del sistema educativo, acabar con su burocratización y poner fin a la parsimonia de los de siempre para corregir sus carencias y disfunciones no es ya una tarea imprescindible sino inaplazable. Porque no están los tiempos para continuar dilapidando esfuerzos, sacrificando el futuro y seguir lamentándonos de las oportunidades perdidas.

Como decíamos ayer, emulando a Fray Luis de León, Galicia y España entera necesitan un pacto de verdad por la educación, al margen de ideologías y partidos, que comprometa a todos con el esfuerzo y el sacrificio como valores imprescindibles para la formación. La renovación pedagógica es un deseo ampliamente compartido. Lo demandan todos los sectores implicados. Lo anhelan los alumnos, los profesores. Lo reclama la sociedad. Todo el mundo está de acuerdo, o eso afirma públicamente, pero no hay manera de traducir los buenos propósitos en realidades. Una tomadura de pelo a los ciudadanos y un símbolo de la ineficacia que también nos atenaza en muchos otros campos.

¿Cómo es posible que no haya avances en algo que necesita enmendarse, que todos los agentes sociales están de acuerdo en arreglar y en lo que tienen claras las soluciones? Quien aseveró que la politización era el cáncer de la enseñanza no andaba descaminado. Lo que no se estrella contra la intransigencia de los sindicatos, choca con el blindaje de la función pública y el sectarismo de los partidos. A los grupos políticos les basta con conocer que la iniciativa parte del contrario para denostarla. Y cada Ejecutivo desteje la ley que tejió el anterior para imponer la propia en una espiral sin rumbo ni destino.

Así nos luce el pelo, con siete leyes educativas en treinta años, cada reforma rebajando el listón académico de la anterior y cada autonomía usando sus propias directrices. Así seguimos sin salir de la ramplonería. Ostentamos un récord mundial de tantas normas como estrenamos en las últimas tres décadas. ¿Cuánto tiempo más estamos dispuestos a seguir engañándonos con la enseñanza?

Hay suficientes motivos para acabar con esta necia huida hacia el precipicio y propiciar una nueva etapa en la que la educación deje de estar sometida a los vaivenes políticos para empezar a jugar de una vez en la primera división del conocimiento de la que surgirán las oportunidades. Fomentar la cultura del esfuerzo e incrementar la calidad educativa es fundamental para cambiar la situación de la educación en nuestro país. El gigantesco sacrificio económico que realiza la sociedad para sostener sus colegios y universidades públicas exige tener claros los fines de todo este entramado esencial: dotar a los ciudadanos de conciencia crítica y pensamiento propio para que puedan ganarse la vida por sí mismos, aflorando sus capacidades, y resolver los problemas que les salgan al encuentro. Los gobiernos y la oposición, de todo el espectro, de cualquier autonomía, parecen preferir en cambio masas adocenadas fáciles de manejar.

Pero primar la dedicación y el talento no debe significar relegar a los demás, en especial a quienes demandan refuerzos y no los tienen. España debe solucionar retos educativos muy importantes si quiere competir en una economía global con otras armas que no sean los bajos salarios. Uno de los más graves es el de cargar con el mayor índice de abandono escolar temprano de la UE. Y no solo eso: una cuarta parte del alumnado deja los estudios antes de concluir la etapa obligatoria. Se hace apremiante inculcar en alumnos y profesores la pasión por aprender, y hacer lo mismo con la sociedad en su conjunto. No hay otro camino. El abandono escolar puede ser tan nocivo o más que la falta de excelencia y competencia de nuestros alumnos y docentes. Un enorme lastre para el futuro de un país si quiere progresar en un mundo sin fronteras.

Para romper el inmovilismo y avivar el debate, FARO puso en marcha el exitoso FORO EDUCACIÓN, que viene de celebrar este fin de semana su segunda edición con más de 1.300 asistentes -profesores y padres- a sus talleres pedagógicos y a las conferencias impartidas por expertos referentes de la educación mundial. Con el alumno y la necesidad de una enseñanza de vanguardia en el centro del debate, el FORO EDUCACIÓN se ha convertido en solo dos años no solo en un espacio donde ampliar horizontes e intercambiar experiencias y conocimientos sino en epicentro de la transformación educativa que tanto necesitamos.

No deberían las reflexiones de la comunidad educativa congregada por FARO pasar al cajón de los informes inútiles. Todo lo contrario: Gobierno y oposición deberían volcarse en analizar con detenimiento lo aquí expuesto, impregnarse de su diagnóstico y de sus propuestas para avanzar por terreno seguro. Porque ninguno de los difíciles dilemas en los que España permanece atrapada es tan urgente como lograr una educación renovada, a la altura de los tiempos. Y porque de ella depende todo nuestro futuro como sociedad y como país.