El Hotel de los Placeres cobijó ocasionalmente una actividad poco conocida entre su cierre al público en 1912 y su donación en 1918 a las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús: durante un año largo asiló a unos jesuitas portugueses huidos de Bélgica por la onda expansiva de la Primera Guerra Mundial, y allí montaron un colegio muy exclusivo.

A lo largo de su peregrinar por Europa después de escapar de Portugal cuando se proclamó la República, la citada orden topó acomodo temporal en Holanda y Bélgica. Pero el estallido del gran conflicto bélico y la invasión de este último país por Alemania, que afectó seriamente a su casa de Lovaina, con saqueos y fusilamientos, provocó su nueva estampida. España se convirtió entonces en el paraíso de acogida por su proclamada neutralidad.

A Francisco Saraiva, vizconde de Velha y su esposa Carmen Paula Munaiz (propietarios de la finca Villa Paula, luego Finca de Briz), junto al conde de Acevedo, aristócratas portugueses y vecinos temporales de Marín, se atribuyó para su acogida una eficaz y discreta gestión ante la viuda e hijos de Montero Ríos. Esa feliz concertación permitió el acomodo provisional de dicha comunidad en el Hotel de los Placeres, entonces en desuso casi total.

El semanario Marín, que imprimía con mimo Celestino Peón en su local de la plaza del Teucro, se adelantó a toda la prensa de la capital y publicó a finales del verano de 1914 la gran exclusiva del establecimiento en Placeres del colegio regentado por los jesuitas portugueses.

Bautizado como Instituto Nuno Alves, en memoria del condestable que derrotó a las tropas españoles en la batalla de Aljubarrota y facilitó la proclamación de Juan I de Portugal, este centro de segunda enseñanza instruyó exclusivamente a alumnos de nacionalidad portuguesa o brasileña en régimen de internado. Hijos de ricas familias monárquicas del vecino país compusieron su núcleo principal. No obstante, también habilitó un aula para impartir clases a niños pobres de aquella parroquia, con carácter gratuito.

El curso escolar comenzó el 1 de noviembre de 1914 y allí estuvo el conde de Acevedo, valedor del establecimiento de la orden religiosa en aquel lugar, para despedir a su hijo, cuya instrucción encomendó al referido instituto.

Curiosamente, la primera salida al exterior que hicieron alumnos y profesores, a poco de empezar sus actividades escolares, tuvo al Puerto de Marín como punto de referencia. Desde Placeres hasta Marín coparon un servicio especial del mítico tranvía a vapor para realizar una visita al acorazado España, buque insignia de la marina española, botado un año antes en presencia del rey Alfonso XIII.

Una comisión representativa del Círculo Católico de Pontevedra protagonizó a mediados de noviembre la primera visita formal que recibió el Instituto Nuno Alves desde su puesta en marcha. Su principal objetivo no fue otro que transmitir una cálida bienvenida a tan respetables "huéspedes" después de su forzado y terrible éxodo.

Con el párroco de Lourizán como introductor, hasta allí acudieron el rector de la iglesia de Santa María, el notario eclesiástico Javier Vieira, el abogado y literato Joaquín Pimentel, y el ex alcalde de Sanxenxo, Ramón Orge. "Gratísima" resultó la acogida dispensada por los anfitriones y "gratísima" fue la impresión extraída por los invitados.

Los jesuitas portugueses tuvieron un desprendido gesto que satisfizo mucho al Círculo Católico: regalaron dos monedas de oro para su pública subasta, y dedicaron su recaudación a sufragar los gastos de la Escuela Obrera que mantenía la institución benéfica.

Poco a poco, los jesuitas portugueses se hicieron notar, tanto en Marín como en Pontevedra, y multiplicaron su presencia en la vida cotidiana de ambas poblaciones, sobre todo en actos religiosos, sociales y educativos. Sus relaciones con franciscanos y mercedarios fueron buenas, y pronto se visualizaron como una orden religiosa más, sin despertar ningún recelo.

A mediados de marzo de 1915 asistieron a una jura de bandera en la avenida de Montero Ríos que revistió especial solemnidad. Y a mediados de mayo participaron en los grandiosos funerales por Eugenio Montero Ríos que se celebraron en la iglesia de Lourizán, al cumplirse el primer aniversario de su sentido fallecimiento. Un total de 55 sacerdotes completaron dos larguísimas filas situadas junto al sepulcro del finado allí enterrado. Entre ellos figuró la comunidad al completo de los jesuitas vecinos.

1916 resultó un año clave para la Compañía de San Ignacio de Loyola en la provincia de Pontevedra, porque su consejo rector acordó una permuta decisiva en su dilatada historia. Por una parte, la orden trasladó a Vigo su histórico Colegio Apóstol Santiago de Camposancos (A Guarda), que se acomodó en La Molinera Gallega, una antigua fábrica de harina muy potente en el centro de la ciudad, mientras se construía un gran edificio. Y por otro lado, desplazó a Camposancos el colegio que tenía en Campolinde (Lisboa).

A partir de entonces, su actividad educativa se concentró en Vigo y A Guarda, y por ese motivo también se ubicó en Pontevedra el selectivo grupo de jesuitas portugueses de Placeres y algunos otros procedentes de distintos países europeos. Estos últimos curas ya atesoraban cierta edad y estaban única y exclusivamente dedicados al estudio y la investigación.

El antiguo Sanatorio Santa Teresa, que en los albores del siglo XX construyó en Campolongo el popular médico Celestino López de Castro, se convirtió desde 1916 en nueva residencia de la referida orden. El doctor López de Castro había abandonado aquel lugar un año antes para trasladar, tanto su consulta como su vivienda, a un edificio noble de la calle Michelena.

Durante los cuatro años siguientes, aquella casona con finca alrededor pasó a ser la Residencia Santa Teresa de los jesuitas portugueses. Algún tiempo después llegaron los padres maristas, que formalizaron su adquisición a mediados de 1920 para instalar un colegio. Y esa circunstancia marcó el punto y final al periplo pontevedrés de los jesuitas portugueses.