La producción crece, las exportaciones baten marcas, el consumo aumenta y la construcción vuelve a animarse, con los consumidores decididos a invertir otra vez en comprar casa. La economía regresa a la normalidad y lo único que no lo hace es el empleo. En el Noroeste en general, si contemplamos la radiografía completa de España, Galicia incluida. Salvo ligeros matices, no hay excepciones en un cuadrante que en todas las clasificaciones de creación de puestos de trabajo y tasa de actividad ocupa los lugares postreros. Crear empleo y de más calidad, esa es la urgencia real para frenar el envejecimiento, el empobrecimiento y la desertización. Tomen nota los políticos, las empresas y los agentes sociales.

Las comunidades de Madrid y Baleares ya han superado el nivel empleo que tenían en plena burbuja, cuando todo el entramado se desmoronó. Si persiste la estabilidad, otras tres regiones enjugarán este año el coste en puestos de trabajo que trajo consigo la crisis: Canarias, Navarra y Cataluña, pese a todos los dislates del proceso independentista. A Galicia, en cambio, los avances muy significativos de su PIB, ya a niveles precrisis, no le dan para equipararse a esos porcentajes. El arco del Mediterráneo vuelve a navegar a velocidad de crucero y el Noroeste envejecido y rural naufraga. Otra razón suficiente para trabar la unión del cuadrante Norte y reivindicar políticas comunes de desarrollo.

Los salarios en general repuntan, no son tan romos como cuando sirvieron de vía de escape para mantener la competitividad durante el ajuste. La inversión despega sin traducción equivalente en las contrataciones porque el dinero va destinado a procesos de automatización o ampliaciones que requieren poco personal. De las 276 regiones de la UE, Galicia es la 32ª con más parados y la 35ª en desocupación juvenil, personas carentes de futuro. A la par que Asturias, solo Ceuta y Melilla la superan en la tasa de paro de larga duración, pese a haberla reducido. El desempleo registra una mengua contable, pero el aumento de las afiliaciones a la Seguridad Social no supone más ingresos por cotizaciones, que siguen cayendo como consecuencia de la creciente precariedad laboral. Los que se incorporan al mercado lo hacen con unas cotizaciones muy inferiores a las que aportaban los que se salen del mismo. Demasiada temporalidad para tanto envejecimiento.

Algo no funciona y requiere atención urgente porque paralelamente ocurren cosas inverosímiles, como que los empresarios del metal clamen por falta de mano de obra cualificada o que no haya forma de prestar atención sanitaria en determinadas especialidades por ausencia de médicos aun disponiendo de presupuesto para ficharlos. No es igual la naturaleza de los dos problemas, pero ambos se solucionan de la misma manera: con previsión y capacidad de decisión, cualidades que la clase dirigente no ha practicado como debiera a tenor de las carencias. Todo padre desea para su hijo una carrera superior, aunque hoy lo condene a becas de miseria, una penuria que no sufriría si decidiera convertirse en ajustador, soldador o tornero, oficios cotizados. Y habría más médicos si las facultades levantaran la barrera a los miles de buenos candidatos que truncan, una restricción a la que no son ajenos los intereses corporativos.

Revertir estas situaciones exige cambiar la mentalidad de la sociedad, recuperar la formación profesional y transformar el sistema educativo. Misión imposible si los políticos no dejan a un lado los cuentos y la banalidad. Sin puestos de trabajo no surge la riqueza, ni la igualdad entre los ciudadanos. Sin empresarios no hay puestos de trabajo. Claro que aparecen esquilmadores de renta, pero un pésimo negocio haríamos cuestionando a los empresarios por sistema, por el mero hecho de serlo y arriesgarse, por frentismos ideológicos trasnochados. En nuestro territorio se necesitan más empresas, de un tamaño superior, de sectores emergentes y las más fuertes e innovadoras de los clásicos.

Hay que seguir a la búsqueda de industrias, a la captura del inversor. Hay que continuar desbrozando la maleza de la burocracia que todo lo frena y dificulta. Hay que reforzar la formación, tanto más cuanto mayor es el riesgo de que se genere una brecha digital. Hay que redoblar la apuesta por la tecnología y la innovación como elemento diferencial de Galicia. Porque no existe alternativa, y no es una opción. Cambiar la situación laboral implica generar oportunidades de ganarse el sustento en abundancia y pelear por los empresarios facilitándoles la tarea. Por los de casa y por los de fuera que puedan recalar seducidos por los atractivos que juntos sepamos ofrecerles.