The Putin Interviews, las entrevistas que el cineasta estadounidense Oliver Stone grabó con el presidente ruso en Moscú y que Showtime emitió la semana pasada en una serie de cuatro episodios, es sin lugar a dudas un documento fascinante y un producto audiovisual entretenido; muestra la visión (o la versión) que Vladimir Putin desea proporcionarnos sobre los acontecimientos más relevantes tanto de política internacional (Chechenia, Georgia, Crimea, Ucrania, Siria, ampliación de la OTAN, Estado Islámico, "hackeo" de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Snowden, relación con Donald Trump) como de política interna (sus diferencias con Gorbachov, control de las oligarquías, libertad de expresión, empleo, infraestructuras, educación, límite de mandatos, derechos de la comunidad LGBT) y parece que su director pretende hacer ver al espectador norteamericano la complejidad que exhibe el controvertido personaje. Vemos a un líder en apariencia imperturbable, seguro de sí mismo y de su pueblo, de una educación exquisita, algo ingenioso, en ocasiones elocuente y con un sugestivo sentido de la historia (compara al senador John McCain, quien dijo que el presidente ruso era un "asesino", con Catón el Viejo, preservador de las tradiciones romanas), que trabaja infatigablemente, casi sin pausa y manifestando fogosa devoción, para proteger los intereses de su amada Rusia.

Lo vemos, claro, porque eso es lo que Putin quiere que veamos. No hay nada en estas extensas y amenas conversaciones que no esté estudiado y calculado. (Si pensamos de otra manera estaríamos subestimando las habilidades estratégicas del mandatario, que no abre las puertas del Kremlin solo para que podamos contemplar el antiguo despacho de Stalin). Todo está diseñado con una intención. Desde la manera en que corrige con finura las arrugas del pantalón de su traje mientras habla de los "errores" que cometen sus "socios americanos" en política exterior, "creyéndose que son la única superpotencia y trasladando esa mentalidad a su sociedad, la cual espera que actúen conforme a esa posición en el mundo", hasta cuando se viste de jugador de hockey (63 años y abuelo), insistiendo en que lleva practicando el judo muchos años pero que todavía no ha sufrido una lesión grave, o disfruta junto con su entrevistador de una proyección privada de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, la película de Stanley Kubrick que alertaba -paródicamente- sobre los peligros de la carrera armamentística en la época de la Guerra Fría.

Putin sabe muy bien lo que está haciendo y con quién lo está haciendo. Fascinado con el poder y con los abusos cometidos por quienes lo asumen, Oliver Stone, muy crítico con las políticas intervencionistas de su país, es el autor de una trilogía sobre la Guerra de Vietnam ( Nacido el cuatro de julio, Platoon, Entre el cielo y la tierra), conflicto al que él acudió cuando era joven tras alistarse en el ejército, y dirigió varias películas que indagan en las vidas de diversos presidentes estadounidenses ( Nixon, W.) o promueven teorías conspirativas que intentan explicar el asesinato de uno de ellos ( JFK). Durante los últimos años ha realizado documentales sobre líderes latinoamericanos como Fidel Castro y Hugo Chávez, a quienes dedicó, por decirlo suavemente, amables retratos, para convertirse finalmente en una suerte de historiador revisionista, gracias a la publicación de un libro, The Untold History of United States, que escribió con la ayuda de Peter Kuznick, obra adaptada también para la televisión y narrada por el mismo Stone, en la que se nos presenta una historia de los Estados Unidos que -aquí viene la frase misteriosa y sensacionalista- "no nos cuentan en las escuelas". (En el despacho de Putin, Oliver Stone encuentra su libro y se muestra fingidamente sorprendido).

The Putin Interviews es otro ejemplo más, como ocurrió con el Chapo Guzmán y la entrevista de Sean Penn, de lo que puede suceder cuando el periodismo se disfraza de otra cosa u otra cosa se disfraza de periodismo. A lo largo de estas entrevistas podemos escuchar la versión oficial de otra nación (conviene recordar esto, pues Stone interpreta con comprensible escepticismo el relato gubernamental de su país, pero escucha con insultante ingenuidad la voz institucional de gobiernos extranjeros) sobre asuntos de gran importancia. De ese modo, la serie puede que cumpla la función que poseen las necesarias memorias presidenciales, pues al otro lado de la conversación no encontramos a un interlocutor suspicaz sino a un desencantado con la actitud de su gobierno que, haciéndose el curioso, sucumbe ante los encantos de su exótico enemigo. Con el agravante, eso sí, de que las grabaciones se supone que fueron realizadas con unos objetivos (cinematográficos, artísticos, ¿periodísticos?) que dieron unos resultados muy distintos, satisfaciendo paradójicamente las aspiraciones políticas y propagandísticas del interrogado.