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De vuelta y media

El derribo de la capilla de la Virgen del Camino

Ayuntamiento y Arzobispado estuvieron de acuerdo en la demolición por su estado ruinoso y la necesidad de abrir la ciudad

A raíz de un ciclón que sacudió la ciudad y tiró su torre a finales de diciembre de 1886, el primer acuerdo que tomó el Ayuntamiento de Pontevedra al año siguiente fue la desaparición de la capilla de la Virgen del Camino y su sustitución por otra nueva en un lugar más adecuado. Aquel 2 de enero de 1887 comenzó la cuenta atrás para su demolición, que luego tardó en materializarse casi medio siglo.

Arzobispado y Ayuntamiento siempre estuvieron en plena sintonía sobre este asunto. El primero reconocía el peligro que suponía para la feligresía el estado ruinoso de un templo levantado en el siglo XIII, que había pasado por numerosas reformas e incontables achaques. Y el segundo urgía su derribo para expansionar la ciudad desde la Peregrina hacía Joaquín Costa. La histórica capilla era para ambos una patata caliente.

Sin embargo, corrió el tiempo y la derribo nunca se acometió. Por unas u otras razones, las distintas corporaciones pasaron de largo sin resolver una cuestión cada vez más apremiante.

Una Comisión Permanente llegó a disponer e incluso aprobar el 8 de agosto de 1927 un proyecto de nueva capilla y bella factura que firmó el arquitecto municipal, Emilio Salgado Urtiaga, cuyo presupuesto se estimó en 61.090,62 pesetas.

Tres años después, un pleno municipal aprobó en sesión extraordinaria el 1 de agosto de 1930 la cesión de un terreno a la Mitra, con carácter gratuito y a su libre elección, para construir el nuevo templo en justa compensación por el derribo de la vieja capilla. Pero el asunto siguió pendiente.

Tras ponerse al frente del Ayuntamiento como alcalde en funciones y suplir las ausencias obligadas de Bibiano Fernández Osorio-Tafall desde febrero de 1936, Manuel García Filgueira se dispuso a recuperar el tiempo perdido. El líder comunista de los canteros de Mourente no dejó de lado un solo día el derribo de la capilla hasta que logró su propósito, pero guardó en todo momento el respeto debido a la Iglesia y no dio un paso sin contar antes con el beneplácito del Arzobispado.

Los últimos días de la histórica capilla, de honda significación en la historia de esta Boa Vila, empezaron a contar el 11 de marzo de aquel infausto año. Tal día la corporación municipal aprobó una moción firmada por el teniente de alcalde, Francisco Tilve, y por el propio García Filgueira, para acometer el derribo pendiente "previo cumplimiento de los trámites reglamentarios".

La moción justificó la asolación del templo "no solo por hallarse en estado de ruina, sino porque intercepta el tránsito de una vía pública de gran importancia". Es decir, el mismo doble argumento manejado cincuenta años atrás.

Raudo y veloz, el alcalde escribió a la Mitra para transmitir el acuerdo tomado. Y el arzobispo contestó al Ayuntamiento con la misma presteza de forma afirmativa, sin poner la menor objeción. García Filgueira se quedó encantado por la inmejorable disposición observada en su interlocutor.

Además de ofrecerle todas las facilidades, el arzobispo no hizo ningún hincapié sobre la construcción de un nuevo templo, cuestión que dejó "para más adelante", sin ninguna exigencia previa.

El alcalde informó el 1 de abril al pleno municipal sobre el resultado favorable de sus primeras gestiones y ante la receptividad del Arzobispado propuso la formalización de una solicitud de autorización para proceder al derribo. Entonces García Filgueira no dejó suelto ningún cabo y obtuvo el respaldo unánime de su corporación. En síntesis, la propuesta era así:

El Ayuntamiento no asumía el coste de la construcción de la nueva capilla, ni tan siquiera ofrecía la aportación de una ayuda. Ese asunto corría por cuenta exclusiva de la Mitra. Solamente se comprometía a ceder un terreno de su propiedad para la futura iglesia en el callejón de la Virgen del Camino. En cambio, el derribo si corría por su cuenta, bajo la dirección del arquitecto municipal, aunque apuntaba su intención de solicitar la colaboración económica del vecindario beneficiado, mientras que el material del derrumbe se ponía a disposición del Arzobispado. Y recogía, naturalmente, el compromiso al respecto de destinar el terreno liberado a una nueva vía pública.

Los acontecimientos continuaron desarrollándose con enorme celeridad en los días siguientes, sin chocar con impedimento alguno. El camino estaba despejado

El viernes 3 de abril, una representación municipal acudió a Santiago para cerrar el acuerdo definitivo. Una vez cumplido ese requisito, el lunes 6 empezaron a retirarse los retablos, las imágenes y demás objetos religiosos del interior de la capilla. Y el miércoles 8, el pleno municipal acordó la convocatoria de un "concursillo rápido" para ejecutar el derribo.

García Filgueira firmó el edicto correspondiente el día 15, y los maestros de obras solo dispusieron de dos días para formular sus proposiciones. Esa celeridad se justificaba por el estado de "ruina inminente" que arrastraba la capilla. El tipo de licitación se fijó en 2.200 pesetas que, a la postre, resultó escaso porque no se presentó ninguna proposición.

Ese contratiempo afectó muy poco al proceso abierto, puesto que el alcalde ya estaba facultado para realizar una contratación directa, en caso de que el concurso quedara desierto. Y eso hizo enseguida tras llegar a un acuerdo con el maestro de obras Benito Castro Moreira en la cantidad de 3.000 pesetas.

Volcado como estaba en llevar el asunto a buen puerto, García Filgueira consiguió igualmente el compromiso vecinal de ayudar a sufragar el coste de la demolición mediante la aportación de cuotas voluntarias. Para supervisar ese proceso se formó una comisión integrada por el propio alcalde y los vecinos Ramón Poza y Primo González.

El derribo de la histórica capilla de la Virgen del Camino empezó a ejecutarse muy poco antes del trágico estallido de la Guerra Civil. Por ese motivo, el alcalde accidental no estuvo presente cuando los obreros del contratista Castro Moreira finalizaron sus trabajos, ni tampoco pudo contar sus vicisitudes a los miembros de su corporación municipal.

Manuel García Filgueira puso tierra de por medio la noche del 20 de julio de 1936, desapareció misteriosamente, y así salvó su vida. Pero esa es otra historia todavía no aclarada aún hoy en todos sus detalles.

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