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Ceferino de Blas.

A vueltas con la memoria de la isla

Diego San José fue un excelente escritor y un buen periodista al que la guerra civil, como a tantos otros, frustró su vida. En abril de 1939, como él mismo recuerda, "dejé de ser un ciudadano libre para convertirme en uno de los infinitos bienaventurados, que por el pernicioso delito de pensar y escribir lo que pensaba", fue detenido y sufrió dos condenas de muerte.

La vieja amistad con el fundador de la Legión, Millán Astray, lo salvó, al conmutársele la última pena por treinta años de reclusión.

La intervención del general también influyó decisivamente para que, en lugar de ser internado en el penal de Ocaña, fuera trasladado a la prisión de la isla de San Simón, que tan bien conocía, porque era desde años atrás un habitual en los veranos de Redondela.

Lo constata esta nota, publicada en la leidísima sección "de viaje", de FARO, a mediados de los años veinte. Decía: "Hemos tenido el gusto de recibir la visita del ilustre literato D. Diego San José, director de "Los Contemporáneos" y hermano político del maestro compositor señor Soutullo, el cual pasará la temporada veraniega en Redondela y Vigo. El señor San José mandará crónicas de nuestras costumbres a los periódicos más importantes de Madrid".

La vinculación del madrileñísimo escritor con la comarca, desde que en el año diez conoce al redondelano Reveriano Soutullo, autor de la popular composición musical "La leyenda del beso", se intensifica tras emparentar ambos al casarse con dos hermanas.

Cuando, tras pasar la guerra en Madrid, retorna como preso a San Simón, a finales de 1940, el horror -que había llevado a la muerte con los tétricos paseos nocturnos a su amigo Manuel Lustres Rivas y a otros presos en los primeros meses de la sublevación militar-, ya se había amortiguado. Quedaban el dolor y la miseria.

Como él mismo escribía en el soneto dedicado a la isla de San Simón: "Son mirtos centenarios y laureles/ el palio de sus mágicos vergeles/ mas, mirando a los mirtos que inlibertos/ como sombras arrastran la tragedia/ el hambre y el dolor que les asedia/ dijérase que es la isla de los muertos".

Para cerrar el bucle, hay que añadir que, tras la clausura de la prisión de San Simón, y una estancia de meses en la cárcel de Vigo, Diego San José fue puesto en libertad condicional en 1944. Pero ya no regresa a Madrid, sino que se instala con la familia en Redondela, donde muere en 1962.

Se convierte en un redondelano más, como prueba el libro "Redondela e os redondeláns na obra de Diego San José", que remata con una antología de poemas y artículos alusivos.

Hace pocos días, la Corporación municipal redondelana acordaba por unanimidad pedir que la isla de San Simón se llamase isla de la memoria, en recuerdo de los que, como Diego San José, habían penado allí.

No todo el mundo comparte su opinión. De ahí el artículo discrepante, en el que se argumentaba que la historia de la isla de San Simón debía prevalecer sobre el corto periodo -1936-1943- en que fue prisión, por muchas tragedias que allí se hayan vivido, al igual que en otros muchos penales durante los primeros años de la sublevación contra la República.

Como argumento de autoridad, el autor del artículo apelaba con cierto atrevimiento a la voz autorizada de Diego San José, cuya amplia producción periodística en Faro de Vigo desde finales de los cuarenta, de la que destacan "gallegos ilustres en Madrid", le resultaba familiar. Incluso otras lecturas de Diego San José, como el libro de bolsillo, "Mis mejores cuentos" (novelas breves), editado por Prensa Popular durante la República, y adquirido en una librería de viejo madrileña.

Fue un error. Su hija, Maria del Carmen San José, en carta al director de este periódico, restaba validez a ese argumento que no compartiría su padre.

Purgado el yerro por la cita inapropiada, el autor no se desdice del resto de la argumentación expuesta en el precedente artículo. Siete años de tragedia y muertes no bastan para arrogarse el todo por la parte de la secular historia de la isla de San Simón, que fue testigo y protagonista de acontecimientos que merecen el calificativo de trascendentes.

El vivo recuerdo de las personas que protagonizaron aquellos terribles sucesos merece todo tipo de homenajes, pero tan breve lapso no puede sobreponerse a los siglos de memoria de San Simón.

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