Si hay un libro políticamente incorrecto es el que ha publicado el filósofo francés de ascendencia judío-polaca Alain Finkielkraut bajo el título de "L'Identité Malheurese" (La Identidad Desgraciada, Ed. Stock).

Se trata de un escrito fuertemente polémico que ataca a quienes con la mala conciencia de los crímenes del pasado -como la esclavitud o el colonialismo- renuncian a la defensa de la identidad europea mientras elogian la diversidad cultural y fomentan todas las identidades importadas.

Finkielkraut habla sobre todo de Francia, y casi todos sus citas y referentes culturales son franceses, pero podría estar hablando de cualquier otro país del continente porque todos están expuestos a parecidos desafíos.

Hay quienes parecen querer que Europa renuncie a sus raíces, que son judías, griegas y romanas, a una identidad labrada a lo largo de los siglos, para así, vaciándose de toda substancia, poder abrirse radicalmente a otras identidades. Es la tesis que atribuye el autor al sociólogo alemán Ulrich Beck, cuyo cosmopolitismo critica fuertemente.

Para los partidarios del multiculturalismo, Europa ha dejado de ser un gran fondo espiritual, unos valores que conviene cuidar por encima de todo, y debe, por el contrario, renunciar a todo exclusivismo y hegemonismo, que no son sino otras tantas patologías.

Desde la óptica cosmopolita y globalizadora que aquellos defienden, la inmigración no representa una amenaza para la identidad nacional o europea sino que hay que ver en ella por el contrario una oportunidad de "redención", de expiación de nuestras culpas históricas.

La mala conciencia está ciertamente permitida, pero, argumenta Finkielkraut, debe tener también sus límites. Y, al margen de culpas, crímenes y errores, nuestro gran legado espiritual merece conservarse y, lo que es más importante, transmitirse a futuras generaciones.

El autor se indigna, por ejemplo, de que en algunas escuelas, los hijos de inmigrantes procedentes de otras culturas rechacen la lectura de clásicos como las obras de Rousseau, el "Tartufo" de Molière, o "Madame Bovary" porque son contrarios a su religión o favorables a la libertad de la mujer. El problema, dice, es la agresividad unida a la crítica ignorante que muestran.

Y cita abundantes testimonios de maestros del extrarradio parisino que hablan del egocentrismo, la falta de disciplina, de la pérdida de respeto cuando no de la clara insolencia de alumnos y de la tendencia de los padres a culpar siempre al profesor de las faltas de aquéllos y a no asumir ninguna responsabilidad.

Finkielkraut critica por otro lado a quienes, desde los países anglosajones sobre todo, acusan a Francia de haber sucumbido a las "sirenas de la pertenencia", prohibiendo el uso en público del velo integral ya que degrada y hace invisible a la mujer.

Asimismo acusa de hipocresía a los llamados "bobos" (burgueses bohemios) porque mientras defienden la diversidad cultural y critican a los obreros franceses por votar al xenófobo Frente Popular, envían a sus hijos a escuelas de élite, y mientras defienden la globalización y la abolición de las fronteras se refugian en urbanizaciones muy bien protegidas.

Los "bobos" celebran el mestizaje, pero ello no los compromete a nada salvo a garantizar "la regularización de su personal de servicio", escribe Finkielkraut con nada disimulado sarcasmo.

Ni que decir tiene que con estos y parecidos argumentos, "La identidad desgraciada", del que se han hecho ya siete ediciones y se llevan vendido desde su publicación más de 80.000 ejemplares, ha levantado una gran polvareda mediática en Francia.

Muchos acusan al autor de racismo anti-árabe, entre otras cosas, por sus críticas al velo islámico y a las carnicerías "halal", blanco también de los ataques de la extrema derecha francesa.

Un diario de izquierdas como "Libération" llegó a preguntarse si su autor "le hacía la cama al Frente Nacional". Y otros observan acertadamente que el judío Finkielkraut se ha cuidado mucho de criticar de igual manera a Israel, lo que le hace mucho más aceptable al público de derechas. ¿Políticamente incorrecto? ¿O al mismo tiempo decididamente reaccionario?