Hay libros que nacen del aire y otros que nacen del aire enrarecido. Y este de Lluis Bassets, El último que apague la luz (Taurus), ventila una preocupación grave que viene del aire enrarecido que ahora envuelve al oficio que nos une, el oficio de periodista.

Escrito con el aire y el ritmo con que Bassets ejerce la literatura de su periodismo, es una obra que te sobrecoge como ciudadano y que te golpea como periodista. Es implacable: no hay paños calientes, estamos en un oficio que se desmorona. Por tapar la luna con el dedo esa luna cenicienta no dejará de existir. Y conviene que lo sepamos, que no vivamos soñando que esto le está pasando a otros. Nos está pasando a nosotros y estamos en el epicentro de la tormenta perfecta. La pesadilla comienza a ser irrespirable. El aire de Bassets es un aire que aspira a despertarnos.

Todo el mundo sabe ya, y no sólo por los datos que explican el título apocalíptico de Bassets, que el periodismo tal como lo hemos conocido está en peligro de extinción, y así reza el subtítulo de El último que apague la luz: Sobre la extinción del periodismo. Se puede decir con otra metáfora, pero esa es la mejor: la luz se extingue, aún hay quienes la accionan, pero puede llegar un momento en que alguien le tenga que dar al interruptor en solitario. ¿Llegará ese día? Ojalá no ocurra nunca, pero ojalá es una palabra que contiene un buen deseo, tan solo. Y de los buenos deseos no se vive cuando la realidad los desmiente.

Han sido muchas las causas de este peligro de muerte; se juntaron, desde la crisis de 2008, los factores económicos, financieros e industriales que desembocaron en el derrumbamiento de la publicidad y otros instrumentos de supervivencia de los periódicos de papel. El descenso de las tiradas ha sido el terraplén por cuyos sumideros han desaparecido numerosos periódicos en todo el mundo, con la consiguiente merma dramática de puestos de trabajo y con la desconfianza que sobre el porvenir se padece ahora en todas las redacciones.

Nadie en ningún lugar del mundo, ni los grandes periódicos ni sus grandes empresas, han podido sustraerse a este declive. Mientras tanto, el nuevo periodismo digital, el que sin duda viene a sustituir el soporte de papel y a introducir el oficio en otros paradigmas de consecuencias aún inexploradas totalmente, se abre paso como una apisonadora inexorable.

Esa apisonadora lamina el viejo periodismo de papel, pero, al contrario de lo que logró en años de abundancia esa antigualla a la que viene a sustituir, aún no ha hallado el modo de hacer caja con lo que vende, porque aún las empresas no saben cómo venderlo. Mientras tanto, los lectores que hacen uso del soporte digital tienen a su disposición gratuitamente el fruto del esfuerzo de las empresas y de sus periodistas, sin que éstos sepan cómo cobrar por lo que hacen.

Es una situación caótica y kafkiana que lleva a la desesperación a los que creíamos que el periodismo iba a seguir siendo siempre un baluarte inexpugnable, una garantía de las democracias y de la libertad de expresión que reclaman las sociedades para ser mejores. A Bassets no le cabe duda: el periodismo del futuro será digital, no hay salvación para este que seguimos practicando con la fe del carbonero. Pero mientras tanto, dice él, hay que salvar lo mejor del periodismo que hemos tenido: la curiosidad, el rigor, el contraste, las razones que sustentan la credibilidad sin la cual este oficio se convertiría en una triste experiencia vicaria?

El libro de Bassets alerta contra toda melancolía. Ese título que le pone al libro nació de una apesadumbrada broma uruguaya, cuando la dictadura militar endureció tanto la represión que puso a los ciudadanos del paisito camino del exilio y uno de esos emigrantes forzosos escribió en algún sitio "El último que apague la luz". No es una broma: el oficio se extingue, las redacciones se achican como consecuencia de la sangrante crisis económica que padecen los medios; los periódicos restringen sus gastos, suprimen puestos de trabajo que antes eran vitales, como las corresponsalías, se prescinde de colaboradores básicos y poco a poco se va consolidando la idea de que hacemos un periodismo más empobrecido porque simplemente el oficio es ahora un pobre oficio.

Esto tiene unas consecuencias enormes en cualquier sociedad, y sin duda aquí, en España, se están notando cada vez más. Un periodismo sin recursos económicos que lo preserven de otras servidumbres es un mal negocio democrático, se pone al servicio de los poderes políticos o financieros, desnaturaliza sin remedio el fundamento que le da sentido y termina poniéndose al servicio de los que siempre soñaron con manejarlo.

Este libro de Bassets te pone en guardia como periodista y te sacude como ciudadano. Hasta que lo leí, debo confesarlo, sentí que las proclamas apocalípticas eran, como la noticia de la muerte de Mark Twain, francamente exageradas? Ahora confieso que estoy a punto de rendirme a la evidencia, aunque la parte de viejo periodista que pervive en mí me reclama seguir luchando por el oficio en el que he perdido el sueño, aunque no los sueños. Digamos que el epitafio provisional que añade Bassets a sus implacables y lúcidas reflexiones deja una puerta muy abierta por la que podría seguir entrando el aire: "Adentrémonos (?) en lo que sustituirá al periodismo del futuro en el ciberespacio con la vieja moral de los buenos reporteros y su exigencia de una férrea disciplina de la verificación. Pronto habrá que decir adiós a la vieja nave de papel. El último que apague la luz".

Uf. Alguien lo tenía que decir así. Celebro contrito que haya sido este periodista lúcido, culto y tranquilo, combativo. Y ojalá que no tenga toda la razón? todavía.