Pues la verdad es que, dicho con un cierto estupor, cada día parece más evidente que a los coautores -los otros son el gobierno central y el Banco de España- del desaguisado en que está metido el asunto de la Caja no tienen idea de qué hacer para arreglarlo. Que eso es lo que demuestran PP y BNG con su petición de que se congele el proceso hasta que Rajoy y Zapatero lleguen a un pacto.

Esa evidencia -que era ya manifiesta cuando ambos Grupos parieron hace un año una Ley disparatada y contribuyeron a obligar a una Caja solvente a cargar con el muerto de otra que no lo era y hacía la suma inviable- se refuerza ahora y hace peor lo que ya era malo. Porque a base de mostrar miedo al futuro acabarán por convencer a todos de que existen razones para tenerlo. Y tal cosa sólo agravará los problemas en vez de resolverlos.

Seguramente ésa es la razón por la que muchos expertos anhelan que los políticos dejen de enredar o, al menos, que planteen con lógica los aspectos que les son propios. Y además asuman con realismo las opciones de futuro y se dejen de retóricas como las que hace un año contribuyeron a imposibilitar salidas que los técnicos proponían, entre ellas el SIP, que ahora se ve de otro modo -porque nadie se cree en serio que el gobierno va a paralizar la reforma porque se lo pidan desde Galicia- aunque se haría en peor condición. Entre otras razones porque don Alberto Núñez quemó, con ayuda del Bloque, muchas naves entonces.

En ese sentido la sensatez que reclamaba el otro día el presidente de la Xunta pero que casi nadie -ni entre los suyos- está por lo que se ve dispuesto a aplicar, obligaría a revisar la estrategia que conviene a este país. Sobre todo para establecer una prioridad absoluta: que el país no pierda su capacidad financiera, se llame como se llame la entidad que haya de garantizarla en el nuevo marco que -por cierto- pactaron en la LORCA Zapatero y Rajoy. Y hay otra prioridad: que esa capacidad pase por asegurar la solvencia con recursos sostenibles y comprometidos inequívocamente con Galicia.

En ese sentido, lo de la galleguidad ha de redefinirse sobre todo por ese compromiso de atención a los gallegos, a su realidad social y a sus intereses. Y si eso es viable y solvente con la Novacaixa, mejor, porque existe margen y voluntad, pero si no, con otras fórmulas. Precisamente para evitar que los que ahora inventan no repitan el error de cuando olvidaron que lo que decían mejor era enemigo de lo bueno.

¿O no...?