"El que no tiene celos, no está enamorado". Lo dijo San Agustín, ignoro si en su calidad de filósofo o en la de obispo. Un celoso célibe, un casto dedicado a elaborar teorías, no es propenso a pasar a la acción, de manera que no resultaría excesivamente peligroso, aunque su mensaje sí lo sea. Si no demuestras lo mucho que amas con sufrimiento, primero el tuyo y luego el del sujeto de tus desvelos, no estás a la altura del más puro de los sentimientos. Si te dejan, ataca, siempre será preferible a si te dejan, te aguantas. En una reciente encuesta efectuada con motivo del Día contra la Violencia contra las Mujeres, el 40 por ciento de los adolescentes entiende que los celos son ingrediente y sustancia de la pasión romántica, luego no los condenan ni procurarán evitarlos. El instinto de posesión y las reacciones que comporta se perciben como la sal y la pimienta de una relación, y la renuncia a un porcentaje elevado de la propia libertad forma parte del contrato. Así las cosas, debemos congratularnos porque los jóvenes siguen leyendo a San Agustín, o lamentar que, en efecto, los comportamientos irracionales que aparecen en la serie "Física o Química", con críos espiándose, conspirando entre ellos, y husmeando compulsivamente los mensajes de móvil de su novios o novias, representan la vida misma. Desde los colectivos feministas se reclaman nuevos patrones de relación de pareja en el cine y la literatura que no confundan pasión con agresión. ¿Las viejas historias de amor ya no nos sirven?

Algunas no. Yo puedo ver Otelo, pero no empatizar con Otelo. Hay dramas de Shakespeare por los que no ha pasado el tiempo, pero no es éste el caso. Me chirría el Moro de Venecia, no conecto, le encuentro un tipo desinformado, susceptible de rendirse a cualquier cotilleo, un desequilibrado y un peligro público. Si nadie en su sano juicio pronunciaría hoy sin sonrojo el famoso refrán "la maté porque era mía", no veo por qué hay que seguir aplaudiendo al hombre que quita la vida y luego se suicida, baje el telón o sea la hora del Telediario. Hay clásicos que pierden vigencia y no se acabará el mundo por ello. Puede que mantengan su calidad literaria, pero no su capacidad de explicar la vida, moviendo a la compasión y llevándonos a profundizar en lo que somos, no en lo que fuimos en una época felizmente superada.

Sin embargo, no se puede culpar al pobre Otelo de la falta de imaginación de quienes se dedican a fabular en el cine, en la tele o en los libros. Las parejas en equilibrio, con cada uno de sus miembros dando una parte y guardando para sí la otra si lo desea, formadas por hombres evolucionados y mujeres emancipadas, por personas que no precisan complemento alguno, son aburridas. No dan para doscientos capítulos, para trescientas páginas, para dos horas y media de trepidación en la gran pantalla. Los amores tranquilos duran un relato corto, o una miniserie. Si hay que complicar la trama, tendrá que aparecer un tercero en discordia, y después el monstruo de los celos, ya lo vio con claridad San Agustín allá por el siglo quinto.