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Reconsiderando a Torrente Ballester y su época

Juan José R. Calaza - Economista y matemático

Con la azul pesadumbre de su primer falangismo miope a cuestas, con las ulteriores cautelas narrativas de una monjita rumiando pecados, con la postrer adulación que le tributaron al vencedor que iba de vencido, reflejó Torrente Ballester I de Ferrol y V de Galicia una descomunal imagen en los espejos deformantes de la feria de las letras.

Su andadura principió llevándole recados a Serrano Suñer, dandi de las hispanias y a su vez portamaletas de un ferrolano astuto y de marquesas al quite. Como D´Ors si bien con menos toque de labia. Ay, si mi pluma valiese tu pistola, José Antonio, le hubiese gustado escribir al joven Torrente en el serrallo salmantino, pero se le adelantaron.

Era el de Torrente y sus camaradas un heroísmo de cerveza con gaseosa de jóvenes que querían derrotar a los soviéticos en las tundras rusas y para entrenarse paseaban a sus primas en barca como si singlaran hacia Trafalgar. Antes bien, aquellos héroes en lugar de irse a la tundra en pos de sabañones y laureles jugaban a los barquillos, y si les tocaba 69 echaban unas risas. De ese heroísmo evolucionó una prosa funcionarial que con el tiempo y el esnobismo habría de sonar a malas traducciones de idiomas rubios, y, en Galicia, a traducción del español.

Aun, para impresionarla, alguno habría de recitar a la chica recién llegada de Soria: "Ya habrá cigüeñas al sol/ mirando la tarde roja/ entre Montiel y Urbión". Pero aquella zorrita, soriana y algo flete, sólo tenía ojos para la abultada billetera del obeso contrabandista, de profesión, sus delaciones. En El Dueso estaban sus delatados, los del contrabandista y los de la chica de Soria.

Y de aquel palabreo tan valiente –"Huevo de águila, a Franco nombro"-- en el país de héroes en pantuflas que echaban discursos a un retrato del susodicho huevo, jinete en cuadro de Vázquez Díaz, sólo podía salir lo que hoy es España. Estas jefaturas del movimiento autonómico, estas literaturas de misal regionalista, esas raciales cruces y espirales célticas a modo de littorios y esvásticas, estas camisas azuis independentistas hijas del fascismo de Vicente Risco, estos funcionarios que quieren dirigir los destinos de la descentralización estatutaria pero sobre todo la lotería y las quinielas.

Sin embargo, a pesar de los dólares ensacados, hubo un Rodríguez, Manolete, que se negó a torear en Méjico para no estrecharle la mano al enemigo. Manolete, estoqueaba rojos al amanecer, y este dato debería aparecer en el sumario de Garzón. Y Paulino Uzkudun mataba presos republicanos a bofetadas. También Eugenio Montes conspiraba con el matemático logroñés Rey Pastor, que escribía sus teoremas en Argentina, para que enviase directamente los resultados a Aller Ulloa sin pasar por Castelao y, claro, así nos ahormaron en el sucursalismo científico a falta de una escuela matemática de noso. Son mentiras, pero como leyendas urbanas del rojerío y del desmadre histórico son impagables.

Lo que no es mentira es que la oratoria marcial de un camarada de Torrente, Eduardo Haro Tecglen, lo hiciese llorar al cantar el dolor de las camisas viejas: "La voz de bronce de las campanas de San Lorenzo, el laurel de fama de la corona fúnebre, la piedra gris del Monasterio, los crespones de luto en todos los balcones del Escorial, los dos mil cirios ardiendo en el túmulo gigantesco coronado por el águila del Imperio que se eleva en la Basílica, lloran en esta mañana, con esa tremenda expresión que a veces tienen las cosas sin ánimo, la muerte del Capitán de España". Mientras tanto, los alemanes invitaban a Ridruejo a champagne en los burdeles de París. "Las francesas estaban encantadas con nosotros", anotó en sus diarios.

Por entonces, y siempre fue así, los serenos de Madrid eran de derechas a fuer de gallegos y los albañiles de izquierdas a fuer de atrevidos. Hubo albañiles falangistas de ideario duro, pistola antifranquista y aguardiente que no pisaron jamás un burdel parisino pero sí la tundra soviética a la que acudieron voluntarios. Y cuando T. B. se negaba a incluir a Cernuda en su diccionario de literatura española, el vigués Briz mandaba al suelo en Barajas a un Jorge Negrete chulesco que había insultado a la raza. A los serenos gallegos nunca los veías borrachos y a los rojos albañiles falangistas casi de continuo. A mí aún me gusta la verticalidad y el perfil español de Manolete, la cara de bruto noble de Uzkudun y la parla manantía y bronca a borbotones de los albañiles, violenta de alacre vino proletario y maldiciones fuertes. Junto con los artículos, también me sigue gustando "La saga/fuga de J. B."; el resto de lo que escribió T.B., al igual que los relojes de cuco, no carece de entusiastas.

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