Así que, llegado el día del estreno -que, ya se sabe, es ocasión de gran júbilo para quienes lo hacen- acaso no estorben algunas consideraciones sobre la legislatura que hoy se abre en el Parlamento gallego. Que tiene ya largo recorrido democrático y vivido casi todas las experiencias del catálogo -incluida una triunfante moción de censura- pero que, aun así, no acaba de ser objeto de atención prioritaria más que de cuando en vez.

Algunos observadores, sin duda bien intencionados, dicen que ésa precisamente, la de no llamar demasiado la atención, es una de las mayores cualidades de la institución. Y citan el caso de los árbitros de fútbol, que cuanto menos se hable de ellos mejor, pero en verdad no parece un ejemplo muy adecuado: la Cámara tiene un papel sustancial en el sistema y debe suscitar atención y a veces discusión, porque éstas son también sus funciones.

Naturalmente no se pretende hacer de sus señorías una especie de vedettes que permanezcan en cartel -o en candelero- a lo largo de todo el tiempo, pero sí de subrayar cuán importante ha de ser que se les conozca primero, se les respete después y se les aprecie a poder ser al final de sus ciclos de cuatro años. O sea, que se les vea vivos y en servicio, que precisamente es para lo que fueron elegidos por los espectadores.

Dicho lo anterior, y comprobado que no es del todo así, habrá que buscar las razones. Una tarea nada fácil porque no son pocas ni tampoco parecidas, pero que si hubiera que resumir en una, y respetando otras opiniones, podría ser la del aburrimiento: pasado un cierto tiempo, y consumida la novedad, el Parlamento se vuelve tan previsible, tan mecánico, que hay incluso quien cree que en el fondo podría reducirse proporcionalmente en el número total de sus miembros sin que apenas se notase.

No es eso, claro. Y para que no lo parezca, habrían de modificarse unas cuantas cosas, empezando por el propio Reglamento. Y, además, por una consideración que no se puede imponer pero que está en el ánimo de muchas diputadas/os, sobre todo cuando lo padecen: la eliminación del ya citado rodillo, que funciona con una rueda o con dos pero que aplasta lo mismo y por tanto sirve sólo para vencer aún sin convencer, a la vez que radicaliza la dialéctica de muchos honorables miembros.

De ahí que no estaría mal, nada mal, que decidiesen aparcar el método. Al menos al principio, para ver qué tal les va.

¿Eh...?