Hace unos días, las televisiones enfocaban a un agraciado de la Lotería. Al preguntarle a qué iba a destinar el dinero, la respuesta fue clara: "¡A pagar la hipoteca de mi hija!". En los años 80, hubiera sido "preparar un viaje" o "comprarme un piso". Es la prueba de por qué las llamadas al consumo de las autoridades caen en saco roto: el país está endeudado y no puede gastar? aunque quiera.

La "fiebre del ladrillo" (1997-2007) acabó de manera brusca y no será el motor de nuestra economía en mucho tiempo (al menos, hasta absorber más de un millón de viviendas vacías, para lo que se calculan plazos de 2 a 5 años). ¿Hay recambios? No parece.

Nuestro segundo motor, el turismo, se ha averiado cuando nuestros mercados (británicos, alemanes y franceses) se han visto afectados por la recesión. Pero la estructura está dañada: hace años que España se mueve en una cifra semejante de visitantes (60 millones), que cada vez gastan menos, al considerarnos "demasiado caros" (en comparación con destinos "emergentes", como Croacia o Turquía). Así que, el turismo de sol y playa, ha tocado techo.

Y el tercer motor, el de la industria automovilística (y empresas auxiliares), también está gripado. Con costes de fabricación elevados, con centros de decisión lejos de nuestras fronteras y ante el desarrollo (mundial) de coches eléctricos, pequeños y eficientes, ¿cuál será el panorama de nuestras fábricas de coches en 10 años?

Lo peor es que no hay voluntad de cambiar. Se volverá al tocho a la mínima ocasión; se malvivirá del turismo, para ser la Florida europea (y cuidar de los ancianos del continente que vengan a morir aquí) y el país seguirá poblado de comerciales que te venden cualquier moto? aunque quizá sus sueldos no darán para endeudarse con el Cayenne, que ya no pueden pagar por la crisis.