Disponer de una obra firmada por Norman Foster, Jean Nouvel, Yoshio Taniguchi, Renzo Piano o Santiago Calatrava, por citar sólo a algunos de los líderes más prestigiosos de la arquitectura internacional, es un privilegio que no está al alcance de muchas importantes ciudades del mundo, pero que harían todo lo posible por conseguir, tanto para dinamizar sus economías como para convertirse en polos de atracción cultural. Ante proyectos emblemáticos, como los desarrollados por arquitectos tan relevantes, se entiende que las normas urbanísticas deben acomodarse a las iniciativas que potencian el desarrollo económico y social de una población, y no convertirse en disculpas que ahoguen o frenen, a veces caprichosamente, determinadas obras de interés.

Para cualquier persona sensata y libre de prejuicios, resulta inquietante, por no decir patético, contemplar cómo un proyecto firmado por Norman Foster para transformar la ruinosa, decadente y vergonzosa área del Salgueirón, no solamente no cuenta con el esperable apoyo oficial explícito que una obra de esa envergadura merece sino que, por el contrario, encuentra todo tipo de sospechosas trabas, zancadillas y triquiñuelas administrativas para retrasar o impedir su ejecución.

Contar en el municipio con una obra de Normal Foster es una "perita en dulce" que ya quisieran para sí otras poblaciones. Las obras diseñadas por el equipo de Foster son muy numerosas y todas gozan de un gran reconocimiento técnico y social. Entre las más recientes, destacan el nuevo estadio de Wembley, en Londres; el Hotel Silken Puerta América de Madrid; el formidable viaducto de Millau, en Francia, la torre Gherkin, en la nueva City de Londres; la Solar City de Linz, en Austria; el puente Millenium de Londres; la nueva Facultad de Derecho de Cambridge, y el nuevo parlamento alemán (Bundestag) en Berlín. En la actualidad, se ejecutan varios proyectos suyos en la nueva zona financiera de Moscú, compitiendo también con otros importantes arquitectos rusos, como son Vladimir Plotkin, Alexander Skokan, Sergei Skuratov y Andrei Chernikhov, en el diseño del nuevo Moscú.

Norman Foster es el arquitecto que ha diseñado, años atrás, el aeropuerto de Stansted, en Londres, y el aeropuerto de Hong Kong. Y en el pasado mes de febrero del 2008 se inauguró otra de sus grandes obras: el nuevo aeropuerto internacional de Pekín, el más grande del mundo. Aparte del descomunal tamaño del edificio (el segundo en volumen más grande del mundo), ha sido sorprendente la velocidad con que este megaedificio fue construido, ya que sólo tardaron cuatro años en terminarlo. En realidad, esto se ha podido lograr con el conocido sistema político y de economía centralizado imperante en China, que no permite disensos ni dilaciones. Este edificio incorpora una serie de tecnologías ambientalmente amigables, tales como claraboyas orientadas hacia el sur para obtener el máximo de energía solar por la mañana, así como un sistema integrado de control ambiental que minimiza el consumo de energía y las emisiones de carbono a la atmósfera.

Es decir, Norman Foster es garantía de creatividad, de calidad y de prestigio, y no firma un proyecto que deje en mal lugar a la empresa o a la institución que se lo encarga, y a la ciudad en la que se ejecuta. Justamente, ocurre todo lo contrario, todas las ciudades en las que se cuenta con una obra suya, se muestran muy orgullosas de exhibirlas.

El arquitecto británico Norman Foster, por cierto casado con la gallega Elena Ochoa, ha aceptado el encargo de diseñar la transformación del área de Massó, en Cangas, y se ha mostrado muy entusiasmado con la belleza natural y sus posibilidades urbanísticas, en las visitas que realizó a Galicia. En términos generales, el proyecto presentado públicamente para el desarrollo urbanístico de esta zona puede calificarse de sensacional.

Es tan evidente la repercusión económica que este proyecto tendrá para Cangas y para toda la comarca, en cuanto a los puestos de trabajo directos que puede crear y al efecto que tendrá al convertir dicha zona en un polo de atracción turística y cultural, que propios y extraños se muestran estupefactos ante la estrechez de miras (por calificarlo suavemente) de los políticos locales. Sorprende, además, la falta de sólidos argumentos para mantener tan sospechosa posición. ¿Estamos de nuevo ante un fanatismo similar al demostrado por algunos en contra de la construcción de la Vía Rápida, que sostenían que no hacía falta y que iba a producir terribles daños, cuando ahora se comprueba la necesidad de su ampliación y cuando quienes antes se oponían ahora la utilizan más que nadie? ¿Se trata de envidias de que otros presenten proyectos de envergadura, proyectos emblemáticos que ellos jamás conseguirían? ¿Qué importa que los promotores se beneficien (faltaría más) si esto impulsa la economía y el prestigio de Cangas en el terreno social y cultural?

La historia dirá pero, por el momento, los responsables del gobierno local se están retratando en una foto en la que no salen muy bien, y en un momento en el que tendrán que rendir cuentas de sus decisiones.

Resumiendo, comparar la competencia de quienes han desarrollado el proyecto urbanístico para la zona de Massó y la de quienes se oponen a él, lo dice todo. Y, al igual que sucedió con la construcción de la Vía Rápida, el consejo más sensato que se puede dar a los impulsores de este proyecto es que persistan en el empeño. La mayoría de la población de Cangas se lo agradecerá y las futuras generaciones estarán orgullosas de su pueblo.