Uno de los rasgos más característicos de la controversia política es que permite a los oponentes utilizar los mismos argumentos que antes se combatían ferozmente, por razones de mera oportunidad, por cambio de estrategia, o por ganas de meter bulla. Es decir, hoy te reprocho lo mismo que tú me reprochabas ayer y me quedo tan fresco porque (supuestamente) la memoria colectiva es flaca y nadie nos va a refregar la incoherencia por la cara. Estos días, hemos podido asistir a dos casos palmarios de esa conducta. El uno se produjo cuando el alcalde socialista de Vigo calificó de "intolerables insultos a la ciudad y a sus habitantes" unas declaraciones del diseñador ourensano Adolfo Domínguez en las que éste se lamentaba de la brutalidad de quienes, habiendo dirigido el urbanismo municipal durante muchos años, impidieron que una ciudad situada en un paraje natural paradisíaco pudiera haberse convertido en un conjunto arquitectónico bellísimo. Cualquiera que conozca Vigo y tenga la edad suficiente para haber visto su evolución urbanística desde hace tiempo, sabe que lo que dijo Adolfo Domínguez es una verdad incontrovertible (y lamentablemente extensible al resto de las ciudades gallegas). Cualquiera -insisto- lo sabe, menos el alcalde, don Abel Caballero, que echa las culpa de las malas prácticas municipales "al franquismo y a una poca gente que no supo estar a la altura". Es de suponer que, entre esa poca gente se contarían algunos correligionarios suyos. Desgraciadamente, la chapuza ya está consolidada y tendría que venir un urbanista prodigioso para transformar lo feo construido en bonito de la misma forma que el señor Domínguez nos convenció en su día de que un traje arrugado artísticamente podía ser bello. El segundo de los casos de incoherencia política tuvo lugar en el Congreso de los Diputados al organizar los diputados del PP un escándalo monumental a propósito de la financiación por el gobierno español de la pintura de la cúpula de la sede de la ONU en Ginebra, obra realizada por el artista mallorquín Miquel Barceló. La factura total se eleva a ocho millones de euros, de los cuales, 500.000, al decir de la oposición, se detrajeron de una partida presupuestaria destinada a la ayuda al desarrollo de los países pobres. Los portavoces populares calificaron el hecho de "injusto", "ilegal" e "inmoral" y denunciaron que con ese dinero se pudieron haber pagado 20 dispensarios en Haití; 8 colegios en Guatemala; 3 acueductos en Colombia y 578.000 vacunas en África. Y tampoco faltaron comentarios despectivos sobre la calidad artística de la pintura de Barceló a la que un diputado calificó de "gotelé millonario".Desde luego, en materia de gustos no hay nada escrito pero la bronca del PP en el Congreso parece tan desproporcionada como hipócrita. En Galicia, por impulso del gobierno de don Manuel Fraga Iribarne, se está construyendo una llamada Ciudad de la Cultura gigantesca, sobre cuyo contenido y utilidad aún se discute. El presupuesto de esa obra faraónica supera infinitamente al de la obra de Barceló. Tanto que, ni siquiera se sabe cuál pueda llegar a ser la cifra que cierre el presupuesto. ¿Cuantos colegios, dispensarios, acueductos y vacunas podríamos pagar con el dinero que metemos en ese pozo sin fondo?.Sobra demagogia.