Así que, calmado el alboroto futbolístico y con las cosas ya en su cauce, quizá sea momento para reflexionar - y antes de que se haga, desde hoy, la autopsia del congreso del PSOE- sobre los motivos por los que un triunfo deportivo supuso lo que supuso. Y es que, sin la menor pretensión de mezclar churras con merinas, aquí ocurrió algo más que la pasión por el fútbol o la necesidad de abrir una vía de escape para compensar una larga época de tensiones extremas en política y una corta aún, pero de creciente intensidad, en lo económico.

A estas alturas hay ya una serie de explicaciones -desde la sicología social y otras ciencias inexactas- que aportan razones serias para entender el fenómeno de masas que se ha vivido aquí, pero ninguna de ellas lo hace de verdad, del todo inteligible. Y quizá es que no existe ese motivo global, o acaso es que tiene una especial dificultad para exponerse porque podría no resultar muy cómodo sobre todo si se relaciona con sentimientos diferentes, muchos de ellos articulados por posiciones políticas y por lo tanto especialmente complicados de diseccionar.

Una parte de los observadores coincidió en resaltar que el estallido tiene una indudable carga de nacionalismo español, que ha encontrado la vertiente deportiva como mejor vía de expresarse, salir a la calle y quizá compensar no pocos años de timidez o de temores. Se ha identificado aquí una serie de símbolos con un régimen que los usó en exclusiva hasta aniquilar su mejor sentido unitario, y como esa identificación era un error, finalmente la realidad ha desbordado aquella timidez -o aquello temores-- y, como hubiera dicho el señor Iglesias Corral, pasó lo que pasó.

Y lo que pasó no es malo, ni tiene por qué serlo, como tampoco ha de interpretarse como una reacción contra lo otro: es más bien la externización de una necesidad perfectamente compatible con postulados políticos, de partido o de concepción. Hubo en la calle cientos de miles de personas que se sentían unidas otra vez por algo compartible, y el fútbol le ha proporcionado lo que el maestro Ortega entendía como la clave de un colectivo para plantearse grandes cosas: un elemento en común, aunque en este caso sea de tipo deportivo.

Salvando las distancias, y con todo respeto para otras opiniones, quizá convenga hacer constar que lo que se vio en el fútbol estos días existía ya en electoral y se había reflejado en las urnas hace cuatro meses: que cuatro quintas partes de los ciudadanos votan, en las generales, en clave de Estado, con las mismas banderas y símbolos parecidos e incluso con la misma lengua.Y eso debe querer decir algo.

¿No...?