Andan por ahí individuos inteligentísimos, sofisticados, guapos, de méritos reconocidos, que en la vida corriente, en sus relaciones familiares, en las decisiones sobre su carrera, en los trámites pecuniarios, son un puro desastre. Reflexionó muy bien sobre ello Saul Bellow en una de sus novelas y a lo mejor es lo que les pasa a los italianos. El país más brillante, más culto, más creativo de Europa, es incapaz de parir una sola institución solvente y, como con recochineo hacia el resto de la humanidad, vota una y otra vez a esos políticos. A no ser que los italianos estén demostrando con su actitud el escaso valor de la política y que esta sea un mero pretexto estético para ``El príncipe´´ de Maquiavelo o para los tenebrosos tejemanejes papales que refirió, con un placer igual de turbio, Giucciardini (Sabatini, el estupendo autor inglés de novelones memorables, se revela contra él pero su influencia ha llegado hasta ``El Código Da Vinci´´) y a no ser que la política italiana sea una simple excusa para que el anciano Berlusconi concluya sus increíbles negocios, corroborando otra vez la superioridad creativa de los italianos, que alternan con acierto la banca y la gestión de los negocios divinos, la pureza y la obscenidad, la pompa y el cachondeo. Desde luego, conocemos bien el nombre del primer ministro italiano. No barruntamos quién manda en Suiza, comunidad cuya único rasgo de fantasía fue patentar el reloj de cuco, como recordaban en ``El tercer hombre´´.

En los próximos años -o quizás sólo en los próximos meses, depende-, la Italia oficial se consolidará en su espectacular triángulo de Las Bermudas: Berlusconi, especie de Dorian Gray garante del éxito terrenal, el Vaticano, que asegura el cielo a los buenos inversores, y un conjunto de organizaciones benéficas con sede en Nápoles, Calabria o Sicilia que lubrican los tornillos para que la máquina funcione. No sólo racionalizan la producción de mozzarella, la construcción de chalets o la recogida de basura y atienden a necesidades innegables como la distribución de la cocaína o el contrabando de armas (con provechosas sucursales en Levante y Andalucía) sino que también se pirran por la belleza. En su emotivo panfleto sobre la camorra (``Gomorra´´), Roberto Saviano relata la historia del artesano que en televisión (probablemente una cadena de Berlusconi) descubrió que el traje de gran modisto que lucía Angelina Jolie en una gala, lo había confeccionado él en un humilde taller a destajo cerca de Nápoles. Ese tipo de organización, que ofrece una salida laboral a miles de personas, también hace posible la alta reputación de los modistos transalpinos.

No se entiende que algunos se hayan enfadado con los italianos por haber votado otra vez a su manera. Berlusconi engendrará riqueza, escenificará chistes profundos, tocará la guitarra y hará regalos a Aznar, quien afirmaba que España sí era un país serio. En prueba de tal seriedad, Caldera renuncia a su escalafón para sumergirse en las ideas y Aguirre se rebela para ``contribuir al debate´´. Si hay debate, es que las ideas son por lo menos dos.