Alguna vez tarareo en mi interior "Non, je ne regrette rien", esa canción en la que Edith Piaf negaba cualquier arrepentimiento. Miro hacia atrás, sobrevuelo las décadas de mi vida en que jurídicamente fui responsable de mis actos y hallo de mucho mayor peso mi lamento por las cosas que no hice que por las mal hechas, quizás porque me parece ordinario, falto de buen gusto y una pérdida de tiempo tener remordimientos de errores pasados, dado el poco que nos queda, llegados a nuestra edad, para arrepentirnos de los que si hay suerte vamos a cometer en el futuro. Cuando estás sabiamente instalado en los 50 o más años de tortura, salpicado tu camino de muertos y heridos muy queridos que marcharon antes sin hacer mas méritos que tú para morirse, sientes que tienes dos opciones para el tiempo que te quede: o esperar la cita final entre pastillas o vivir si es posible con algún remordimiento. "Tuve el valor de mirar hacia atrás/ Los cadáveres de mis días/Marcan mi camino y les voy llorando..."/ escribía un Apollinaire trágico, pero mientras miras atrás pierdes la visión del camino fugaz y delantero. ¿Es que vas a abrir las cartas de amor que aún guardas en las brasas de tu armario?

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Un tipo en los 50 tiene derecho a sentir que el futuro se achica pero ayer, tomando una copa en la de Carlitos, hallé otra vez gente en la veintena que se siente sin perspectivas, excluida. ¿De qué otro ardor combativo se nutrían las últimas revueltas juveniles en los barrios marginales de París sino de falta de futuro y de la sensación de que no tienen nada más que perder que sus cadenas o esos trabajos precarios que no sirven más que para ir malviviendo en empleos discontinuos? Vivimos una sociedad opulenta en cuyas alcantarillas se hacinan incontables desposeídos dispuestos a salir sin miramientos tras la señal que los redima de su oprobio. Y al grito del verso de Celaya: ¡A la calle que ya es hora para pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo!

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Pedí otra copa avergonzado por esos pensamientos.

- ¡Carlitos, mi amor!, ¿me ponés un bolero que me ausente de mí mismo?

Miraba en el Tonís a aquel varón glaciar y encanecido que refugiaba su cabeza en áureas guedejas femeninas mientras en el aire viciado de la noche se oían ya las estrofas de aquel canto de amor loco, insatisfecho: "Nosotros, que fuimos tan sinceros, que desde que nos vimos, amándonos estamos". Pensé en las viejas cartas de amor halladas por azar en el fondo de mi armario. ¿Por qué tanto jurar amor eterno si ahora aquellas novias quizás no se acordaban siquiera de mi nombre y sabe Dios en brazos de qué tipos se enzarzaron tras mandarles esas cartas que a mí un día me enviaron? ¿Se escriben ahora cartas de esas? le pregunté a mi amigo de la barra, jovenzuelo.

- ¿De amor? Si no tenemos tiempo ni de hacerlo. Unos, porque estamos angustiados por el paro; otros, deprimidos por un empleo precario; y a quienes trabajan y más cobran la empresa les saca hasta el aliento y el estrés les deja la líbido en los huesos.

- ¡Carlitos, ponle a éste una de yohimbina, que yo pago!