Cuentan con exactitud los cronistas que el ya de por sí excelso cocido de Lalín acaba de adquirir la gloriosa condición de "bocatto de cardinale" gracias al banquete que el embajador de España en el Vaticano ofreció anteayer a los príncipes de la Iglesia. Hasta cuatro cardenales participaron en el festín organizado por Francisco Vázquez en contubernio con el alcalde Xosé Crespo, que aportó la materia prima porcina, las ollas, los cocineros e incluso el agua de Lalín: mucho más apropiada para estas labores culinarias que la mismísima agua bendita.

Crespo ya había instaurado la tradición del cocido itinerante con la celebración de otros convites similares en países tan diversos como Argentina, Uruguay o Alemania; pero bien se ve que lo del Vaticano es distinto. Al cocido lalinense -uno de los platos nacionales de Galicia- le faltaba el refrendo eclesiástico necesario para proporcionarle la consideración de "bocatto di cardinale". Una expresión italiana que, como el agudo lector ya sabrá, se aplica a aquellos platos que por su exquisitez suponen un anticipo en la Tierra de las glorias del Cielo.

Nadie mejor que un clérigo -a ser posible, un cardenal- para certificar las divinas propiedades de sabor que adornan al cocido con denominación de origen galaica. Después de todo, las gentes de sotana han gozado siempre fama de buen comer, según acredita la vieja expresión -hoy en desuso- que alude a los curas "de misa y olla". Y no sólo eso. Cuando alguien dice que ha comido "como un cura", se sobreentiende que el yantar fue digno de un príncipe.

Como príncipes que son de la Iglesia, cuatro cardenales del Vaticano han probado -según las crónicas- el "bocatto di cardinale" que les llegó desde Lalín. Ninguno de ellos, que se sepa, expresó el menor reparo a las texturas, sabores y grado de cocción de las diecisiete partes del cerdo ilustradas con verduras que, como casi nadie ignora, coinciden armónicamente en el cocido. Bien al contrario, algunos no dudaron en repetir ración aun a riesgo de incurrir en pecado de gula.

Si acaso, no faltará quien objete que un acto de este tipo podría suscitar delicadas consideraciones de orden teológico. El cerdo -base y razón del cocido de Lalín- es un animal vedado por impuro a los devotos de las otras dos grandes religiones monoteístas: el judaísmo y, sobre todo, el Islam. Quiere decirse que los habitualmente sensibles clérigos islámicos acaso pudieran interpretar como un desdoro el banquete de cerdo con grelos que ha llevado la gloria de Lalín al Vaticano.

Tampoco hay razón para la alarma, si se tiene en cuenta que el negociado de la gastronomía es mucho más eficaz que cualquier cumbre o alianza de civilizaciones a la hora de engrasar la amistad entre los pueblos y armonizar las creencias en el Más Allá. Los gallegos, pueblo de papadores, sabemos mejor que nadie que no hay disputa -por enconada que sea- a la que no se pueda poner fin mediante un adecuado festín de los de tres horas de comida y siete de feliz sobremesa.

De estas magias y prodigios culinarios entiende lo suyo Francisco Vázquez, organizador -junto al alcalde lalinense- del cocido que tan divinamente disfrutaron en Roma algunas de las gentes más principales de la curia. Creador y regente durante más de una década de su propia Ciudad-Estado, el ex alcalde coruñés parece moverse como pez en el agua (o como cura en la iglesia) dentro de esa otra república local que es el Vaticano, donde ejerce imparcialmente de embajador de España y de alto comendador del cocido de Lalín.

Si alguien debiera inquietarse, en todo caso, esos serían los cardenales a los que Vázquez acaba de hacer caer en la tentación del cocido. Tras haber sido alcalde de Coruña, uno ya no puede conformarse con menos que el solio pontificio; y lo cierto es que Sir Paco empieza a tener un inequívoco aspecto de papable. Algo se cuece en el Vaticano.

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