En las memorias del general Vernon A Walters, el hombre más importante de la inteligencia norteamericana desde la segunda guerra mundial hasta la desaparición de la Unión Soviética, hay un capitulo entero dedicado al general De Gaulle, una figura histórica por la que sentía profunda admiración. Tuvo ocasión de tratarlo íntimamente a lo largo de muchos años y ello le dio pie para contar muchas anécdotas reveladoras de su fuerte personalidad, así como de su decidido propósito de devolverle a Francia la grandeza perdida como nación y una voz propia dentro del concierto internacional. Eso explica su política respecto de la descolonización, del papel que debería tener la ONU, de su negativa a integrarse en la estructura militar de la OTAN, y sobre todo de su empeño en disponer de una fuerza nuclear de disuasión propia (la famosa "force de frappe"), y de una política energética basada en las centrales atómicas. De hecho, De Gaulle es, sin duda, el forjador de la Francia moderna mediante la instauración de la V República, un modelo de estado centralizado y presidencialista, del que fue su primer mandatario. Pero ,además de ese objetivo estratégico, Walters destaca, como rasgos de su carácter, una memoria prodigiosa, el dominio de un francés bellísimo, y el constante deseo de impresionar a sus interlocutores. "Era un hombre absolutamente insólito. Mantenía a su alrededor una aureola de lejanía y misterio que él consideraba imprescindible para alcanzar la grandeza". El legado del general De Gaulle, respecto de la trayectoria de Francia en la escena internacional y sobre la actitud que deberían mantener los presidentes franceses en sus comportamientos públicos, se mantuvo hasta hace poco. Pompidou, Giscard, Mitterand y Chirac fueron, de puertas afuera, unos hombres serios, imponentes, y con una majestuosidad gestual más propia de reyes que de ciudadanos preeminentes. Todos fueron altos (excepto Mitterand) y todos mantuvieron un estilo que llevaba impreso el marchamo que Walters tanto apreciaba en el general de Gaulle. Es decir, "lejanía y misterio". .Pero esa larga trayectoria ha desaparecido con el presidente Sarkozy. Un hombre bajito, apasionado, teatral, excesivo, que no oculta sus romances, que ha debutado en el cargo con un divorcio y un matrimonio vertiginosos, y que usa tacones en los actos oficiales para no ser sobrepasado en altura por su nueva y bella esposa, que va de zapato bajo para no desentonar. La estrepitosa caída de popularidad de Sarkozy en las encuestas es objeto de análisis por los sociólogos. Muchos la achacan a la decepción de un electorado, al que se presentó de forma osada, como la solución para todos los problemas, incluidos los que por su naturaleza son irresolubles como el bienestar y la prosperidad colectiva. Obviamente, Sarkozy no es Napoleón, aquel otro bajito genial, y es dudoso que pueda resolver con propaganda y relaciones públicas las muchas batallas en que anda metido. Ahora mismo , está volcado en dar un giro estratégico a la política internacional francesa reintegrándose a la estructura militar de la OTAN y proponiendo una "entente" nuclear con Gran Bretaña y Estados Unidos. En otras palabras, le quiere enmendar la plana al general De Gaulle. Los bajitos suelen ser atrevidos.