Los catalanes tienen justa fama de serios y sensatos y hasta se ha acuñado una palabra, "seny", para definir esa cualidad. El "seny´´ es la sensatez a la catalana, es decir la sensatez en grado sumo, lo que supone un dominio consumado del carácter y una amplia perspectiva de las oportunidades de negocio. Muy distinta de la sensatez a la española, que nunca pasará de ser una insensatez contenida y amordazada ("¡Cogerme que lo mato!" , suele decir el español que se siente a punto de perderla). Del "seny", y de lo que representa, se ha escrito mucho y muy bien. No vamos a hacer cita de todo lo que se ha dicho al respecto porque en esta pequeña parcela es imposible. Si acaso la consideración, un tanto ecléctica, de Josep Pla que, hablando de este asunto, contrapuso el juicio del obispo Torras i Bages, para quien el catalán era "práctico, moderado, tenaz y de pocas fantasías" y el juicio del filósofo Balmes que negaba todo eso y le apreciaba un comportamiento excitado y revoltoso. La conclusión del escritor gerundense es que el "seny" depende en buena medida de las condiciones externas y materiales de cada época que nos toca vivir. Si los tiempos son plácidos y boyantes el "seny" florece por doquier, como las margaritas en primavera, y si son convulsos el ánimo se agria y todos nos volvemos un poco locos. Y eso justamente parece estar ocurriendo en la política catalana desde que comenzaron las deliberaciones sobre la reforma del estatuto. El último episodio, con la oferta de Ezquerra Republicana a Convergencia i Unió para deshacer la coalición gobernante y forma otra, a cambio de la convocatoria de un referéndum sobre la autodeterminación, ha sido especialmente ridículo. Bien se veía desde el inicio del vodevil que se trataba de una maniobra propagandística dirigida a las bases propias, sin ninguna intención de consumar la ruptura. Y menos aun de convocar en serio esa consulta popular. Al final, los convergentes amenazaron con presentar una propuesta propia sobre la soberanía de Cataluña, luego la retiraron, y los republicanos vieron rechazada la suya, con no poco alivio por su parte. A todo esto, el presidente señor Montilla, como es su costumbre, casi no abrió la boca y resolvió la crisis en plan tancredo y dejando que el toro volviese solo a los corrales. Esta peripecia y otras precedentes podrían servir de base para un espectáculo bufo, del estilo de los que le gustaba montar a Albert Boadella para ridiculizar la figura de Jordi Pujol. Es pena que ya no anden por este mundo aquellos cómicos geniales que fueron Cassen y Mari Santpere, y esté casi retirado de la escena el extraordinario actor José Sazatornil, un característico de lujo. ¡Qué película no podría hacerse con las andanzas y ocurrencias de toda la clase política catalana actual!. Y hasta me atrevería a decir que no haría falta pedirle un guión a Azcona, porque la realidad supera en mucho a la ficción. Posiblemente bastase con recopilar todo el material que se ha filmado en los noticiarios y hacer un montaje adecuado, y con cierta intención. Bien mirado, la mayoría de los protagonistas han adquirido un perfil caricaturesco insuperable. Claro que, esa misma observación puede hacerse de buena parte de la clase política española. Falta "seny".