Nadie pone en duda que los secretos que esconden los éxitos literarios -eso que en expresión anglosajona se denomina "best-séller"- es un arcano difícil de penetrar. Sin embargo también es cierto que los especialistas han urgado en su factura y revelado algunos de los componentes que convierten esos títulos en objeto de lectura de millones de compradores.

En cuanto a los temas se ha señalado que aquellos libros que organizan su trama en el sexo, la religión, la violencia o la historia para desacralizar verdades tradicionalmente aceptadas son algunos de los más favorecidos por el fenómeno de los superventas.

Se ha insistido también en la función motivadora del marketing, la influencia de la prensa especializada y la intensa labor de promoción de los grandes grupos internacionales fusionados hoy en gigantes cadenas globalizadoras.

A la hora de perfilar al autor de best-séller (generalmente de lengua inglesa), los sociólogos de la literatura nos lo muestran como alguien ajeno a la visión romántica del artista, introvertido y solitario. El autor de superventas es un trabajador modélico, un profesional de la producción literaria, cuando no la cabeza visible de un grupo de colaboradores que escriben con un objetivo común: alcanzar el best-séller.

Ahora bien, sucede a veces, muy raras veces, que estas leyes del superventas se quiebran y se extienden por la faz universal un best-séller que nada tiene que ver con los mecanismos señalados. Es el caso de Gabriel García Márquez y de su obra maestra ("Cien años de Soledad").

García Márquez, quien acaba de cumplir 80 años, durante sus duros años de periodista escribió en solitario y en silencio, una extensa novela que nada tenía que ver con misterios revelados, con violencia ni catástrofes, carecía de influyentes grupos mediáticos y desconocía el valor del marketing. Sin embargo, desde su publicación en 1957 se convirtió en todo un fenómeno de éxito editorial en los cinco continentes.

El secreto de Gabo, como le llaman sus amigos, se encuentra en la manera suya de narrar como todo el mundo puede entender y disfrutar, en el extraordinario dominio que tiene del lenguaje y en la deslumbrante maravilla de su imaginación creadora, todo ello fácil de trasladarse de una lengua a otra, de ser compartido por lectores de las más variadas culturas.

Es, en definitiva, el triunfo de la autenticidad.