Así que, conocido el proyecto, no puede decirse en serio que el Bloque haya planteado su modelo de Estatuto por sorpresa ni, por tanto, "a traición". La línea básica sigue la dirección que es doctrina en el nacionalismo gallego, y contiene los postulados que permitirán desarrollar el país que quieren, con todas las características de nación y, en un momento dado, también los perfiles de un Estado. Una hipótesis ésta última a la que renuncian formal y reiteradamente, pero ya se sabe que en política "nunca" quiere decir tan sólo "por ahora".

(En el fondo, ése es el asunto que tiene inquieto al PP y la razón por la que insiste tanto en negar su placet, en una posición política muy parecida a la que en su día tomó sobre la inclusión del término nacionalidad. Lo que ocurre es que, al igual que entonces, resulta difícil luchar contra la realidad, y -del mismo modo que en aquel momento- parece del todo previsible suponer que acabará, al menos en eso, por alcanzarse un acuerdo. Aunque, como en 1978, sea de mínimos: de lo que se trata es de que dure al menos otros veinticinco años.

Conste que, ahora mismo, la posición popular parece más compleja de defender que la del resto. Por los antecedentes y sobre todo porque no se puede negar la posibilidad de una discusión sobre toda la política, incluyendo la soberanista, especialmente si

desaparecen la pistolas que hacían inadmisible un arreglo. Y es que la memoria está fresca: siempre se dijo que en democracia cualquier cosa sería dialogable sin terrorismo: si ahora se acaba por fin, habrá que ponerse a ello, puede que no sea posible un acuerdo, pero resulta imparable que se intente).

La cuestión, ahora mismo en Galicia, no está en saber qué propone cada uno, que más o menos ya se sabe -la principal incógnita es la de qué hará el PSOE a la hora de la verdad- sino hasta dónde está dispuesto a ceder y durante cuánto tiempo regirá el pacto. Porque hay algo que conviene tener también claro: que lo que se plantea ahora no es forever, sino para un plazo, probablemente largo, que -como todos los plazos- significa tránsito hacia otra cosa. Y más en una democracia, sistema que por definición no se para más que cuando deja de serlo.

Sin constituirse la ponencia, y por tanto aún en barbecho el problema, todo lo que se puede analizar para intentar conocer por dónde irán los tiros es un conjunto de síntomas e incluso un puñado de declaraciones. La más importante, desde la óptica del BNG, es la de Rianxo, en la que se promete tolerancia y se predica unanimidad, que ha de unirse a la afirmación reciente del señor Quintana ofreciendo al PP que el Bloque no aprobará nada sin sus votos a cambio de que los populares hagan lo mismo y renuncien a dejar al margen al nacionalismo. Es una apuesta arriesgada, pero al tiempo constructiva y -en el mejor sentido del término- patriótica: lo que queda por saber es qué responde el PP y si el PSOE, para el que lo de don Anxo es un aviso, se da también por enterado.

¿O no?