De modo que, cumplido el protocolo, oídas las frases corteses y hecha la foto, quizá hubiese sido interesante que el señor presidente de la Xunta ampliase un poco el contenido de su despacho con don Manuel Chaves en Santiago y antes con el Rey en Mallorca; sobre todo en lo referido al compromiso -que se entiende mutuo- con la reforma constitucional de los Estatutos, reforma que casi nadie discute y que algunos tienen por urgente. Ma non troppo: aquí se ha fijado un plazo de seis meses para su inicio mientras el del pacto por el empleo es de tres semanas. Cáspita.

No se trata de incordiar, conste. Por eso se pide una explicación concreta en asunto proclamado solemne, y por eso también se solicita que se haga después de las visitas, para no incurrir en algo que pueda entenderse por falta de respeto o exceso de protagonismo. Y se reclama la explicación, también -porque todo hay que decirlo- a causa de la frecuencia con la que hablan de lo mismo, aunque a veces no suenen igual, los señores presidente y vicepresidente de la Xunta, en un ejercicio que algunos quieren ver excesivo para lo tierno que está todavía el proyecto que ambos contribuyeron a formar.

Y que nadie haga aspavientos ni le busque tras pies al gato: basta un muy somero repaso a la hemeroteca de las dos últimas semanas para comprobar documentalmente primero la frecuencia de que se habla y luego la -al menos aparente- asintonía de algunas de las cosas dichas sobre el alcance de la reforma. Y como para muestra basta un botón se puede colocar ése en el que don Anxo subraya que no considera que la Constitución pueda limitar el status nacional de Galicia: si eso no ha de aclararse, pues -otro refrán- que baje Dios y lo vea.

Algunos observadores -entre ellos quienes, desde una manifiesta impudicia, argumentan en loor de este gobierno con igual y hasta mayor entusiasmo del que antes ponían en el del señor Fraga- replicarán quizá que las explicaciones deben correr a cargo sólo de quien confunde. Y puede que tengan razón siempre que el orador no esté sometido a la línea de un gobierno: cuando lo que se dice compromete a un todo, la última palabra es la del que manda, no del que le sustituye. Y el que debe marcar las reglas del juego, también, porque democracia y coherencia son términos yuxtapuestos.

Dicho todo lo anterior es posible que pudiera considerarse útil otra reflexión añadida para señalar que del mismo que no por madrugar amanece más temprano, repetir una y otra vez las cosas no las vuelve verdades. En ese sentido, la capacidad de diálogo de un gobierno, el famoso talante, no consiste en estar todo el día diciendo cuán abierto y dialogante es sino en demostrarlo haciendo, en el doble sentido vertical y horizontal, trabajo en equipo. Para que, así, transparencia y coherencia sean la misma cosa, finalmente.

¿No...?