La importancia del tiempo resulta a veces muy mermada en nuestra consideración. Casi nadie duda de su valor esencial ni de que su verdadera medida sea la medida de nosotros mismos: seremos lo que nos haya dado tiempo a ser. Luego vienen los matices. Y por eso, nunca un banquero y un filósofo están más próximos que cuando ambos coinciden en que el tiempo vale dinero en el tiempo. De modo que no es por pasar de la trascendencia a hacerle publicidad gratis a Botín, pero un préstamo le puede adelantar a uno un disfrute que de no haber tenido dinero a tiempo, gracias al banco, lo mismo nos íbamos a la tumba habiéndonos negado ese placer. Pero hay una tendencia errónea muy extendida en la valoración del tiempo, y es esa que llama "perder el tiempo" a la entrega a placeres gratuitos de escasa rentabilidad inmediata como tumbarse a la bartola y contemplar a los murciélagos. En fin, el asunto da para mucho, pero en este tiempo de prisas tengo la impresión de que se lucha contra el tiempo; sólo de boquilla se le valora. Los impuntuales y los informales, los que hacen esperar, suelen tener además escaso respeto al tiempo de los otros. Pero la noción del tiempo es muy variable. Por ejemplo: Zapatero cree que lleva un año gobernando. Zaplana le recuerda que lleva dos veranos en el Gobierno. Los dos tienen razón en un sentido estricto. Pero Zaplana, como siempre, quiere dar a entender otra cosa: que Zapatero lleva más tiempo que el que lleva. Podría uno pensar que el tiempo en la oposición se hace largo, y más cuando no te la esperas, o que la medida de Zaplana por veranos es un modo de acelerar el tiempo para acabar con su calvario. Pero no. En su modo de ver la realidad, el espacio y el tiempo pertenecen a la filosofía de las conveniencias. Y, aunque pocos en la misma medida de Zaplana, todo el mundo mide su tiempo con cierto autoengaño.