En Arteixopolis -la gran urbe de servicios que emerge en el noroeste atlántico- se ha inaugurado un centro de ocio llamado "Paletox" (o algo parecido). Está situado justo en el muelle principal del puerto, en el de más calado, donde pueden atracar los cruceros de pasaje más grandes del mundo. Hubiera sido un lugar ideal, por la tranquilidad de sus aguas, para proceder a la descarga de contenedores, si es que se hubiera decidido apostar por mantener la actividad comercial en las instalaciones portuarias, pero como muy bien dijo una de las autoridades presentes en los fastos inaugurales, estas ya se han quedado "obsoletas". El puerto milenario -el que dio lugar al nacimiento y desarrollo de la ciudad- será trasladado a otro concejo, en una zona de aguas bravas que requerirá una faraónica obra de ingeniería, de viabilidad más que dudosa. Y los costes de ésta reconversión sin precedentes serán pagados con una operación inmobiliaria especulativa que convertirá los antiguos muelles en solares aptos para levantar viviendas de lujo, con vistas directas al mar. La primera piedra, el hito fundacional de este proyecto fantástico, más propio del "monopoly" que de la planificación urbanística pública, es precisamente "Paletox",una denominación de uso ambivalente, ya que lo mismo puede referirse a un conocido juego de mesa, a una concepción un tanto zafia de la convivencia ciudadana, o a la sublimación de la magna obra de albañilería a la que parece reducirse toda la actividad económica en esta parte del mundo. El nuevo centro de ocio -de rentabilidad exclusivamente privada- dispone de salas de congresos, de cine, puestos de venta de cereales tostados, restaurantes, bares y comercios. Es decir, se trata de uno de esos grandes templos de la modernidad dedicados a excitar el espíritu del consumo desaforado y compulsivo, mientras fluye por los altavoces una musiquilla estimulante. Por supuesto, la idea de construir este adefesio en una zona portuaria se le ocurrió al alcalde de Arteixopolis, Paco Vázquez VI (se sucede continuamente a sí mismo), que contó con la colaboración inestimable de don José Cuiña, otrora conocido como el "delfín de Fraga". La pena -como se quejó el alcalde en su discurso- es que unas molestas verjas impidan el acceso directo del público hasta la orilla del mar, por causa de las medidas antiterroristas destinadas a preservar la seguridad de los pasajeros de los trasatlánticos, posibles objetivos de esos atentados terribles. Allí el alcalde había proyectado colocar unas terrazas donde sentarse a tomar un aperitivo y disfrutar de la vista. No entiendo bien su preocupación. No tengo una mentalidad criminal, pero si los terroristas quisieran hacer una gran matanza les valdría con volar por los aires "Paletox" (o como rayos quiera que se llame eso). Es más fácil poner unas bombas en una instalación permanente, masivamente ocupada, que esperar a que llegue un trasatlántico con turistas. Digo yo.