Moaña sigue en la calle sin urgencias desde la pandemia

El director del IES A Paralaia, el primer centro en donde se aplicó el protocolo frente al coronavirus, reconoce que la pandemia dejó secuelas psicológicas I La viuda del exalcalde de Cangas: “No dejó un día de acudir a trabajar”

Vecinos en los balcones de un edificio en Moaña en el confinamiento para aplaudir a los sanitarios.

Vecinos en los balcones de un edificio en Moaña en el confinamiento para aplaudir a los sanitarios. / Gonzalo Núñez

La pandemia del COVID marcó un antes y un después. Este día 1 de marzo se cumplen cuatro años del primer caso de contagio que se confirmó en el área sanitaria de Vigo. Fue en Moaña y originó el segundo brote que se registró en Galicia. Un transportista que vivía en el municipio y que había viajado a Madrid haciendo parada en Benavente se contagió de un virus que en enero de 2020 se veía lejos, en China, después más cerca, causando daños en Italia, y finalmente llegó a todas las casas. Se nos hacía raro ver cómo en las tiendas “chinas”, ya se protegían en los mostradores detrás de mamparas caseras de plástico. Nunca lo habíamos vivido.

El vecino de Moaña estuvo casi un mes hospitalizado en Vigo, buena parte del tiempo en la UCI por la neumonía causante del coronavirus, que logró superar. En su familia se contagió su pareja, su sobrina y el hijo de ésta que había acudido con normalidad al instituto en donde la pronta actuación del director, Álvaro Rodríguez, con el equipo docente, fue crucial y empezó a aplicar unos protocolos, todavía sin experimentar. Unos días después, el 14 de marzo, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decretaba el estado de alarma y el confinamiento de los vecinos en sus casas. Los balcones a las 20:00 horas eran la cita obligada de los vecinos para aplaudir a los sanitarios y animar a seguir adelante.

Moaña perdió entonces unas urgencias que fueron trasladadas al PAC de Cangas, en donde siguen desde entonces y por las que los vecinos están en la calle todos los domingos para que regresen.

Vecinos en los balcones de un edificio en Moaña en el confinamiento.   | // G.N.

Desinfección contra el COVID en la residencia de mayores de Cangas. / G.N.

El director del instituto A Paralaia hace memoria cuatro años después: “Fue un golpe de realidad, vivíamos sin problemas y nos encontramos con uno sin información para evitarlo, que nos puso frente a frente de la debilidad de la condición humana, en un abrir y cerrar de ojos, la vida se puede complicar mucho”. Álvaro Rodríguez reconoce que los alumnos “en general y por su juventud se adaptan a la capacidad de los cambios al ser jóvenes, rápidamente restauran, o aparentemente restauran, su vida”, aunque también considera que la pandemia dejó importantes secuelas psicológicas en muchas personas, incluidos algunos chavales, hay gente que vive en pisos pero también en casas, y al estar encerrados en el confinamiento y no ver amistades provocó que si antes había una dependencia de la tecnología, ésta se acentuara con la pandemia. La tecnología ya era refugio y con la pandemia fue más”. Admite que fueron tiempos “duros de los que todavía no somos plenamente conscientes, se vivieron momentos de muchas dudas, incertidumbre…”. A nivel académico dice que los alumnos perdieron un poco porque aquel año fue extraordinario, “pero también creo que los problemas del sistema educativo no se deben a la pandemia, sino a temas que se arrastran desde hace tiempo como temas de comprensión lectora, cada vez se lee menos y les cuesta más, tema de esfuerzo, de planificación, autorresponsabilidad, exigencia y otras cosas que no tienen que ver con la educación pero son problemas que sobrevienen a los profesores como las crisis de ansiedad, la inestabilidad psicológica de muchos entornos familiares. Las secuelas de la pandemia perduran, sobre todo las psicológicas".

Cintas que todavía se ven en el suelo  para guardar la distancia del COVID en una pastelería en Cangas.

Cintas que todavía se ven en el suelo para guardar la distancia del COVID en una pastelería en Cangas. / Gonzalo Núñez

Con el COVID ya casi olvidado gracias a las campañas de vacunación, aunque no superado, aún hoy siguen presentes en muchos locales las indicaciones en el suelo para guardar distancia. Estas pasadas Navidades volvió a registrarse un brote unido también al de la gripe, y se hicieron obligatorias las mascarillas de forma temporal en centros hospitalarios, de mayores y farmacias.

La alcaldesa de Moaña, Leticia Santos, recuerda la incertidumbre y las dificultades para obtener respuesta, cómo su equipo en seguida asumió que tenían que dar esa respuesta “e con personal municipal, Protección Civil e Policía Local comezamos a deseñar programas, modificamos os presupostos para dar máis cartos as partidas de benestar social, ampliamos o sistema de vales de compra para as familias que o precisaban, xa que había moita en ERTE e tardaban moito en cobrar os seus salarios”. Añade que gestionaron el reparto de material, que tantas ampollas está levantando ahora en España, mucho del cual fue donado por los vecinos, se habilitó un teléfono para las personas víctimas de violencia de género, se repartió material escolar y tarjetas de internet para seguir los estudios online, se desinfectaron lugares y se colaboró con las autoridades sanitarias en lo que precisaran. Santos asegura que había reuniones por la mañana en el Concello y telemáticas por la tarde.

Señales del circuito que había que seguir frente al COVID en el Concello de Bueu.

Señales del circuito que había que seguir frente al COVID y que se mantienen en el Concello de Bueu. / Gonzalo Núñez

El actual jefe de la Policía Local de Moaña, Manuel García, asegura que era impactante ver las calles vacías, patrullando sólo ellos. Guarda buenos recuerdos de cuándo se iba a colaborar con el vehículo para felicitar los cumpleaños por las calles y lo peor la labor de vigilancia para hacer cumplir las restricciones, ya que hubo casos de negacionistas.

En Cangas, el exalcalde, Xosé Manuel Pazos, fallecido en 2021, fue una pieza clave, junto al coordinador del centro de salud, Benigno Villoch, también fallecido, para afrontar las consecuencias de la pandemia en el municipio. De aquellos recuerdos habla la viuda del exalcalde, María González. Dice que Pazos nunca dejó de acudir a su trabajo en el Concello, pese a que ya estaba enfermo: “Era un hombre que afrontaba las cosas como venían, no se lamentaba. Tenía cosas programadas a corto plazo que sí que tuvo que dejar para afrontar la pandemia, pero no recuerdo un día que dejara de ir a trabajar.”

Policías de Moaña protegidos con máscaras y aplaudiendo a los sanitarios de la Casa do Mar.

Policías de Moaña protegidos con máscaras y aplaudiendo a los sanitarios de la Casa do Mar. / Gonzalo Núñez

Reconoce que cuando se decretó el confinamiento ella -docente de profesión- se tuvo que quedar en casa: “Observaba como todos los días él se marchaba y me quedaba con mucha preocupación porque tenía las defensas bajas por la quimioterapia. Pensé que iba a tener consecuencias muy negativas para él, pero se iba sin problema al Concello y me transmitía la idea de tranquilidad, que no me agobiara. En los primeros momentos no había mascarillas y cuando se hicieron de tela se las llevaron a él. No faltó a las reuniones con Villoch o Protección Civil, videoconferencias con los otros alcaldes y consellerías. Llegaba a casa contando las mil cosas que se hacían. Con mucha fortaleza y actividad”.

El exalcalde de Cangas, Xosé Manuel Pazos, en plena pandemia.

El exalcalde de Cangas, Xosé Manuel Pazos,protegido en plena pandemia, en el Concello. / Fdv

María González recuerda que a Xosé Manuel Pazos le preocupaba la situación de Cangas, la vida laboral y comercial cuando no se rebajaban las medidas restrictivas en este municipio y en otros sí; o cuando la plantilla de Policía y Protección Civil entraban en cuarentena por contacto con algún positivo. Destaca su lucha con la residencia de mayores de Aldán cuando empezaron a llegar las noticias preocupantes de un brote de contagio, intentando hablar con la directora de entonces que no se ponía al teléfono cuando a él no cesaban de llamarle los familiares.

Ahora puede decir los trucos que utilizaron, haciéndose ella pasar por secretaria municipal, para exigir finalmente que la directora se pusiera al teléfono. Se admitió que aquello era un caos y estaba desbordada: “Tuvo una lucha muy grande por conseguir que el Ejército desinfectara la residencia, mantuvo contactos con Maika Larriba, al frente de la Subdelegación del Gobierno en Pontevedra, y con Corina Porro, delegada de la Xunta, que ponía en duda que funcionara mal la residencia. y que, al final, cuando Pazos falleció solo tuvo buenas palabras para él, un hombre al que sólo le preocupaba solucionar problemas, dialogante y extraordinario”, llegó a decirle.

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