Luisa Pérez se había atrincherado en su vivienda. Cerró puertas y ventanas y escuchaba muy quieta el ruido de la manga marina que pasaba a toda velocidad por encima de su vivienda, a donde fue a parar la rama de un árbol y el tendido telefónico. "Levei un susto moi grande. Pensei que viña todo abaixo",decía Luisa Pérez tras verse aliviada con la presencia ya de su marido, José Manuel Martínez, y también de operarios municipales. Insistía el matrimonio que llevaba mucho tiempo pidiendo al Concello que obligara a la Iglesia a talar las ramas de las grandes árboles que hay en el atrio de la capilla de Sametolaméu y que acechan las casas que lo rodean.