La Casa Pazó, de Quintela, está ahora en boca de todos los vecinos de Moaña por la futura guardería que deberá acoger y por los problemas que están surgiendo en su rehabilitación. Pero pocos son los que conocen la historia de José Pazó Rodríguez (1897-1960), hijo de los primeros dueños de la casa y que llegó a ser uno de los hombres de negocios más influyentes de la España de los años 40 y 50, cuando el país vivía en una ilógica autarquía y Pazó fue consejero de varias de las principales empresas, influencia que utilizó para emplear a decenas de moañeses en una época en la que la economía local se basaba, casi en exclusiva, en la pesca. La forma actual del inmueble que se está restaurando se debe a una reforma que él mismo llevó a cabo. Una de las personas que le conoció y vivió en la histórica casa fue Rosa Currás, cuya tía trabajaba como casera para José Pazó y heredó el terreno en el que reside actualmente. Currás no tiene dudas de que se trata de una figura clave en el despegue económico de Moaña, unos años antes de que llegase el "Desarrollismo" y con una población que salía de los terribles "años del hambre".

Cuando falleció de cáncer, el 4 de junio de 1960, José Pazó fue embalsamado y durante días pudo ser visitado por los vecinos, antes de ser trasladado al cementerio de Trigás y después a la capilla levantada en los jardines de la casa de Quintela por el reputado constructor Raimundo Vázquez. Desde entonces todo fue olvido para su figura y, a partir de la muerte su mujer y unas sobrinas de ella se convirtiesen en propietarias del inmueble, también llegó la decadencia de la casa. "Era preciosa e o xardín tan bonito que moitos veciños facían as fotos da súa voda aquí. Algún incluso casou nesta capela", recuerda con nostalgia Currás.

Pazó nació en una familia acomodada. Su madre era una conocida carnicera a la que se atribuye la fama adquirida por la carne de Moaña en el exterior. Estudió en Madrid Derecho Mercantil y comenzó trabajando como inspector de Hacienda en Barcelona, en donde le sorprendió la Guerra Civil. Temeroso de sufrir represalias se marchó para Madrid, en donde viviría el resto de su vida, aunque con escapadas a su casa de Moaña todos los veranos y cada vez que el trabajo le daba un respiro. Logró establecer una importante red de contactos y su espíritu emprendedor le hizo comprar acciones que le posicionaron en puestos de mando de empresas como Campsa, el Banco Exterior de España, Dugona S.L., la conocida marca de refrescos Pepsi Cola, el Banco Mercantil Industrial o la Casa Mar de Vigo. También poseía el mayor porcentaje de capital de la sede de Ford en Barcelona. Además de los que trabajaban como sirvientes o jornaleros en su casa y terrenos, en estos años comenzó a emplear a muchos vecinos, sobre todo en Campsa. Pero sin duda el paso en su carrera que más influyó en la vida de Moaña fue cuando invirtió en la Compañía Trasatlántica Española, empresa de transporte marítimo en grandes buques.

Marineros

Se convirtió en su consejero delegado a comienzos de los 50 y levantó una naviera que estaba en un mal momento. "A miña tía contoume que sempre chamaba para interesarse polos mariñeiros. Cando lle dixeron o mal que ían as cousas decidiu entrar nesta empresa e ofrecerlles traballo. Un dos seus desexos era levantar Moaña", dice Currás.

Irene Rodríguez, familiar de Pazó por parte de su padre y que trabajó para él durante sus últimos once años de vida en su chalet de Madrid, va más allá y señala que "case non hai unha familia neste Concello que non tivese a alguén empregado na Trasatlántica". Estos ingresos, completados con actividades de estraperlo, propiciaron que muchos moañeses pudiesen construir nuevas viviendas "e que o pobo comezase a crecer".

A través él encontraron trabajo tantas personas que los vecinos del municipio eran mayoría en las tripulaciones de los buques "Montserrat" y "Begoña". El técnico de Cultura Manuel Rúa, que investiga sobre su figura, explica que en el primer viaje del "Montserrat" más de un tercio de una tripulación de 200 personas, eran sus vecinos. "Colocou a xente cercana e despois a outros moañeses. Cada vez que había unha vacante chamaba e se formaban grandes colas de aspirantes na entrada da Casa Pazó, incluso viña xente dende Cangas". Los que le trataron reconocen que sus influencias le granjearon amistades como la del hermano del dictador, Nicolás Franco, y que movía hilos en el Ministerio de Hacienda. Sin embargo, renunció a aceptar la cartera de Comercio "que lle ofreceron nunha ocasión".

Estas dos moañesas guardan un recuerdo inmejorable del empresario. "Creo que axudou a moita xente. Sacou a un veciño do cárcere a ata buscou un posto de traballo no Banco Mercantil para Manuel Alburúa, que era un republicano exiliado en Bos Aires", indica su familiar.

Un enamorado de su pueblo natal que dejó una fortuna en inmuebles, arte, joyas y acciones

Si algo destaca Irene Rodríguez de la figura de este emprendedor es su tremendo "amor por Moaña. Sempre traía a persoas con cargos importantes en Madrid e non paraba de eloxiar a súa terra e sobre todo a gastronomía local. Dicía que en Madrid o cocido non sabía igual porque a auga non era boa", recuerda.

Nunca tuvo descendencia y su fortuna, abundante en bienes inmuebles, piezas de arte, joyas y acciones empresariales, se repartió entre once herederos, todos ellos familiares de su mujer. Llegó a tener hasta un lujoso yate. Después de vender gran parte del capital Rodríguez calcula que se repartieron unos 700 millones de las antiguas pesetas entre cada beneficiario.

Su chalet en uno de los barrios más exclusivos de Madrid –Colonia de El Viso– contaba con piscina entre otros lujos y Currás sitúa a una hija del famoso banquero Emilio Botín como su actual propietaria.

"Duele que no se le reconociese nada después de su muerte"

Lo que más duele a los que conocieron a José Pazó es la ausencia de reconocimiento posterior a su muerte. "Parece que ninguén se lembra del, nin sequera lle deron o seu nome a ninguna rúa e foi moi importante na historia deste pobo, ogallá todos os ricos fixeran tantas cousas", defienden.

Los que vivieron en ella también lamentan el estado ruinoso y de abandono en el que acabó la Casa Pazó hasta que empezó la rehabilitación. Esperan que tenga un futuro digno y valoran que se vaya a convertir en un inmueble municipal, aunque Rosa Currás mantiene que tendría un mejor destino como residencia para la tercera edad. Tampoco pasa por alto alguna modificación que se produjo en la estructura, como el cambio de ventanas y la sustitución de la chimenea original.