El Montserrat y el Begoña eran dos buques gemelos construidos en 1945 en Baltimore como barcos de carga y transformados luego en buques de pasaje que la Compañía Trasatlántica adquirió en 1957 y destinó a la ruta entre América y Europa. El primero había partido el 3 de agosto de 1970 del puerto venezolano de La Guaira con 630 pasajeros y una dotación de 180 tripulantes, rumbo a Tenerife, donde haría escala antes de continuar hasta Vigo y finalizar travesía en Southampton. Su gemelo hacía la ruta inversa con 677 pasajeros y 194 tripulantes, decenas de ellos de O Morrazo, cuando a las ocho menos cinco de la tarde recibía la llamada de socorro desde mitad del Atlántico, en un punto intermedio entre el Caribe y las Canarias, a unas 1.500 millas de tierra. "Veníamos de Venezuela y nos dijeron que teníamos que realizar el transbordo en medio del mar", explica el cangués Rafael Núñez –"O Chincho", como se hace conocer–, que estaba entre la marinería del Begoña. Otros muchos vecinos de Cangas y Moaña, como Antonio Chapela, Serafín Menduíña, José Mauricio o Segundo Cancelas también compartieron parte de sus vidas en estos buques, y algunas hijas de aquéllos fueron bautizadas con los nombres de Montserrat o Begoña . "Así que nos dirigimos a realizar la mayor operación de salvamento que se haya hecho en el atlántico", completan el relato.

El barco, capitaneado por Gerardo Larrañaga, llegó al lugar de la avería a las cuatro y media de la tarde del 11 de agosto y se situó a unos 180 metros del buque averiado, que ondeaba al ritmo de la fuerte marejada. A su lado se ubicó también el carguero francés Mont Blanc para ayudar en el operativo, aunque no fue necesaria su intervención, al igual que la del servicio de guardacostas de Estados Unidos, que ofreció cubrir la maniobra desde el aire con sus aviones. "Llevaban dos o tres días a la deriva, con suficientes víveres a bordo, pero estaban muy nerviosos por la situación", recuerdan los protagonistas. "Así que pusimos los botes a sotavento y nos echamos al mar, después de que desde ambos buques se vertiera fuel al agua para ayudar a calmar el fuerte oleaje", que provocaba pantocazos en el barco a la deriva. La estampa habitual del Montserrat era "co cú levantado", señalan sus tripulantes, aunque ese día estaba mas al vaivén de la marea.

Cuando se acercaron, la noche ya empezaba a caer. "Lo primero que hicimos fue llevarles lentejas y pan, porque llevaban tiempo sin comer nada caliente, ya que las calderas no funcionaban". Rafael recuerda que él iba al timón de uno de los dos lanchas a motor que se utilizaron en la operación, junto a dos botes salvavidas de los barcos. "Iba con la caña a babor ,y me acompañaba el primer oficial, que se llamaba Blas. Nos acercamos con mucho cuidado para que no nos atraparan los pantocazos del Montserrat", relata. La aproximación fue difícil, porque el barco a la deriva sólo llevaba las luces de emergencia.

"Desde arriba nos lanzaron la escalera real. Entre su tripulación también estaban José Pazó, de Moaña (contramaestre y una de las personas que se encargó de emplear a muchos morracenses en esa compañía), y Manuel Rial, de Balea, que era segundo cocinero". "¡Ahí che vai, Chincho!", le anunciaron desde la cubierta, mientras lanzaban el cabo, que recogió Lisardo Martínez, de Noia.

Al amanecer comenzó el transbordo. El pasaje del Montserrat empezó a descender y se fue repartiendo en los botes. "A popa iban los blancos y a proa los negros", repasa Rafael, en alusión a la distribución que se hacía en los botes entre los europeos y antillanos. "Aunque en algunos viajes iban juntos", revisa. La operación de transbordo del pasaje necesitó de maniobras precisas, ya que el Montserrat seguía arrastrado por las olas y el viento. Necesitó de varios viajes y duró unas cinco horas y media, finalizando a mediodía. Se habilitaron cabos de proa a popa –"baldroas", los denominan– para poder agarrarse mejor. "Los últimos en venir fueron seis camareros, y sólo quedaron a bordo un grupo de marineros y el capitán". Para recoger todo el equipaje de mano y rematar la faena necesitaron dos días más. En total, unas 60 horas de tenso trabajo en medio del atlántico, que finalizó el día 13. Luego, casi una semana con 1.307 pasajeros a bordo, el doble de su capacidad, y la mar revuelta, para llegar a Tenerife. Y de ahí, más ligeros de pasaje, 499 hacia Vigo y el resto a Southampton.

La travesía fue complicada por la masificación del buque, aunque ni los marineros ni los responsables de la armadora Trasatlántica Española refieren problemas a bordo. Las crónicas de la época aluden a "un raro y ejemplar caso de solidaridad humana en pleno Atlántico", y recogen testimonios de amabilidad protagonizados por algunos pasajeros que ocupaban los camarotes de la clase superior, generalmente los que tenían destino en las islas británicas. Es el caso de la "estrella" del patinaje sobre hielo Christine Jarvis, que cedió su cabina de "turista especial" en el Begoña a pasajeros del Montserrat para ocupar otra de clase inferior y a la que el FARO dedicó una entrevista como reflejo del "ejemplar compañerismo entre los pasajeros".