Si el director de orquesta John Philip Sousa tenía razón y el jazz es una música "para escuchar con los pies y no con la cabeza", el atento auditorio de los cinco intérpretes que actuaron ayer en un céntrico bar de Cangas lograron su cometido. La gente llevaba el ritmo en sus asientos de las canciones con el improvisado combo de alumnos de las Worskhop de trompeta, piano, batería, órgano, saxofón y contrabajo. Y todo, como aperitivo a la sesión vermut.

El marco de la actuación se había vestido para la ocasión, y es que de las paredes del bar A Academia colgaban fotografías y recortes de prensa de diferentes ediciones del festival Canjazz desde 1978. Después de varias canciones, empezaba un solo de trompeta de la famosa "Someday my prince will come" y el local se transformó en un fotograma de película de Bette Davis o de la "Gilda" de Hayworth. Los cinco instrumentos sonaban acompasados bajo un ritmo difícil de seguir con la cabeza o los pies, pero que resultaba conocido sin embargo para todos los oídos de los presentes. Una sucesión de solos fue marcando una y otra vez la conocida melodía del tema interpretado en su día por Miles Davis, por Bill Evans o la cantante Anastacia.

La hora y media de concierto en la actividad "De viños & Jazz" paseó por más escenarios evocadores como películas o pequeños pubs perdidos en la Gran Manzana. Los protagonistas: tres músicos de Cangas, dos de Lugo y uno de Madrid, que habían acudido la jornada anterior a las enseñanzas de Miguel Zenón sobre cómo tocar en grupo. Ya dijo el saxofonista puertorriqueño que "los alumnos de los seminarios del Canjazz tienen un nivel muy alto, superior a la media de los cursos a los que suelo acudir".

El flash-back era inevitable, se producía una y otra vez con la aparente pasividad del sonido metálico de la trompeta y el saxo y con los golpes nostálgicos del contrabajista madrileño. Temas "swingados" que se volverán a repetir esta mañana a partir de las doce en el mismo lugar. Quizás como ocurrió ayer, la gente pasará por la calle Pablo Iglesias y volverá a entrar en el bar seducida por los ritmos que, inexorablemente, llevan a la mente a viajar a los dulces años del jazz en los 50.