La voz de Paul se corta al hablar de Alexandra. Bajo el escenario, en la autopista que separa el puerto de la ciudad de Beirut, centenares de libaneses se deshacen en aplausos para ocupar sus silencios“Todos somos víctimas del sistema”, brama. Alexandra es una de las más de 200 víctimas que la explosión en el puerto de la capital del Líbano causó hace un año. “No puede ser una conmemoración si el crimen sigue ocurriendo”, denuncia la periodista Dalal Mawad.

¿Dónde estaba la humanidad cuando tuvimos que correr con nuestros hijos al hospital, cuando nuestras casas se rompieron en pedazos?”, insiste Paul acompañado de su esposa Tracy. Su grito insuflado de rabia y dolor es el lamento de Beirut un año después. 365 días han pasado desde que la capital libanesa fue víctima de una de las peores explosiones no nucleares de la historia. “365 días y cero disculpas”, se lee en los escaparates de los comercios cerrados en esta jornada de luto nacional.

Pero no solo la frustración aviva los discursos contra la clase política libanesa, también los sustentan argumentos. Un informe de Human Rights Watch (HRW) ha confirmado que los ministerios de Trabajos Públicos y Transporte y de Finanzas, la Seguridad General, el presidente Michel Aoun y hasta el primer ministro en funciones Hasán Diab tenían conocimiento de la presencia de las casi 3.000 toneladas de nitrato de amonio en el puerto y de su peligrosidad. Cuando se declaró el incendio en el almacén 12, tuvieron entre 25 y 45 minutos para evacuar la ciudad. No lo hicieron.

"Rehenes de un Estado asesino"

“Todos significa todos”, repite la multitud como si la revolución de octubre del 2019 retomara las calles. La población “rehén de un Estado asesino”, como reza un cartel frente al puerto, ha reocupado las plazas en una de las marchas más masivas del último año. Con varios actos en diferentes puntos de la capital, han querido homenajear a las víctimas y exigir justicia ante una investigación sin resultados. “Y la culpa la tienen ellos”, concluye Paul apuntando con el dedo hacia el centro de la ciudad.

Mientras, abajo en el puerto, a los pies de los silos, el minuto de silencio para las víctimas ha durado mucho más que un minuto. Un minuto transformado en tres. Tres minutos se necesitan para nombrar a alrededor de 200 nombres, aunque se desconoce el número exacto de muertos. Dentro del recinto donde prendió todo, se ha celebrado una misa con un gran número de sacerdotes y obispos de diferentes religiones. Los ecos de la rabia expresada frente a la escena del crimen se cuelan entre los huecos de la oración en un escenario que un año después, sigue siendo desolador.

310 millones para el Líbano

“Pensaba que estaba bien, pero hoy me han venido muchas emociones que creía haber enterrado”, reconoce Jeff. A este joven doctor le cuesta recordar las horas siguientes a la explosión. “Hay partes de mi memoria que creo que se han borrado”, explica sin querer dar detalles. El Hospital Saint George, donde él trabaja, en Gemmayze, al lado del puerto, fue uno de los centros sanitarios más afectados entre el centenar de clínicas y hospitales que sufrieron daños. Diezmado por la pandemia, los pacientes de coronavirus conectados a un respirador murieron de inmediato mientras los profesionales de la salud intentaban tratar a los 6.500 heridos

Unas 300.000 personas se quedaron sin hogar como resultado inmediato de la explosión. Pero aunque ventanas y puertas hayan sido repuestas, muchos de los libaneses se ven incapaces de volver al lugar de peligro y terror en que convirtieron sus hogares. “La desesperanza está presente, eso siempre”, añade Jeff. Durante la conferencia internacional para el Líbano de este miércoles, los donantes han recaudado, animados por el presidente francés Emmanuel Macron, unos 310 millones de euros de ayuda para el Líbano. 

Revolución en las callejuelas

Con los ojos rojos por el gas lacrimógeno lanzado por la policía, la juventud libanesa se mantiene en pie. Se visten con máscaras antigás y gafas de submarinistas, como expertas en el arte de la revolución. Congregadas en la plaza de los Mártires donde tuvieron lugar las históricas protestas de otoño del 2019, han usado sus manos para expresar su rabia también durante este trágico día. Centenares de jóvenes han resistido durante horas los embistes de las fuerzas de seguridad en su clamor por la justicia. 

Finalmente, la plaza se ha vaciado. Los últimos infatigables han echado a correr ante el lanzamiento continuado del gas lacrimógeno que Macron vende a los agentes libaneses. En el suelo, quedan los restos de las pancartas pisoteadas en la carrera con los rostros de los que ya no están. Pero en la pared, permanecen sus caras junto a sus nombres. Tras el humo de los neumáticos quemados por los manifestantes, su recuerdo persiste, y la lucha para que quiénes los mataron rindan cuentas sigue en los callejones.