Ha sido presentado como una "visión para la paz", pero se parece más a una incitación a la guerra. Tres años después de que la Casa Blanca comenzara a trabajar en su "acuerdo del siglo" para solucionar el conflicto entre israelíes y palestinos, sus líneas maestras fueron finalmente presentadas ayer en Washington.

La propuesta anunciada conjuntamente por el presidente de EE UU, Donald Trump, y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, sienta las bases para la anexión israelí de los asentamientos judíos en Cisjordania y el tramo ocupado del Valle del Jordán, una de las regiones más fértiles y codiciadas del territorio palestino. Reafirma también la soberanía israelí sobre Jerusalén y obliga a los palestinos a desarmarse y renunciar al retorno de los refugiados como condición indispensable para obtener un Estado.

"Es un gran plan para Israel", reconoció Netanyahu tras afirmar que nunca pensó que semejante propuesta llegaría un día a materializarse. "Su acuerdo del siglo es también la oportunidad del siglo y, que quede claro, que Israel hará todo lo posible para que se materialice".

Sin embargo, las opciones para que el acuerdo se consume son nulas. El presidente palestino, Mahmud Abás, declaró de inmediato que los palestinos no "cederán" al plan y que el acuerdo "no pasará". "Rechazamos este acuerdo desde el principio, y nuestra posición era correcta cuando nos negamos a esperar", dijo Abás tras una reunión de urgencia con el liderazgo palestino en Ramala. "No nos agacharemos y no cederemos", añadió el líder palestino. Abás mantuvo una inusual conversación telefónica con Ismail Haniya, el jefe de Hamás, movimiento radical que gobierna la franja de Gaza, para "hacer frente e inutilizar un acuerdo que apunta a eliminar los derechos legítimos" de los palestinos. Hamás y Al Fatah, que controla la Autoridad Nacional Palestina, tienen un largo enfrentamiento pero han decidido imponerse una unidad de acción ante el plan.

Sin embargo, la iniciativa de Trump sirve de aval a Netanyahu para anexionar del Valle del Jordán y otras zonas ocupadas de Cisjordania, igual que en su día el traslado de la embajada de EE UU a Jerusalén fue un aval de Washington a la capitalidad de la ciudad de las tres religiones del Libro.

Técnicamente el plan abraza la solución de los dos Estados, un concepto que Trump había puesto en duda desde que llegó a la Casa Blanca. "Mi visión presenta una oportunidad en la que ambos bandos ganan, una solución realista de los dos estados que transforma el riesgo de un Estado palestino en garantías de seguridad para Israel", dijo el presidente, aunque el plan deja seriamente disminuido el cada vez más débil territorio palestino.

Para incentivar a los palestinos, Trump les promete 50.000 millones en inversiones para levantar su eventual Estado. Gaza y Cisjordania quedarían conectadas por carreteras subterráneas y una red de ferrocarril. Y la capital se establecería en "Jerusalén oriental", aunque no está claro dónde, porque Trump dijo que la Ciudad Santa "se mantendrá como capital indivisible de Israel".

Durante los cuatro años concedidos a los palestinos para estudiar el plan y sentarse a negociar, Israel no construiría nuevos asentamientos en el territorio asignado para el futuro Estado palestino, que no incluye el que actualmente ocupan las decenas de colonias repartidas por Cisjordania.

Para llegar ahí los palestinos tendrían que adoptar un sinfín de medidas de enorme calado: reconocer a Israel como Estado judío y renunciar al derecho al retorno de los refugiados, además de desmilitarizar Gaza y desmantelar a Hamas y el resto de milicias armadas.