Robert Mugabe dimitió ayer poniendo fin a 37 años de poder absoluto en Zimbabue, en un desenlace que sólo sobrevino después de que el veterano presidente (93 años) comprobase que estaba acorralado por el Ejército, los ciudadanos y hasta por el partido que cofundó.

Mugabe dimitió para evitar la ignominia de ser cesado, mientras se celebraba una sesión conjunta de la Cámara baja y el Senado en la que se iba a aprobar el proceso para su destitución.

El presidente del Parlamento, Jacob Mudenda, interrumpió la sesión por la llegada de una carta urgente, firmada en el palacio presidencial. Cuando pronunció las palabras "notificación de dimisión", todos los diputados y senadores estallaron en júbilo.

La sorpresa fue total, ya que la noche del domingo, en su última aparición televisada, la primera desde que los militares tomaran el control del país la semana pasada, Mugabe no solo no dimitió sino que pidió una vuelta a la normalidad sin ánimo de venganza.

Como sucesor se perfila Emmerson Mnangagwa, el mismo vicepresidente que Mugabe destituyó el pasado día 6 por "deslealtad" y cuyo cese, forzado por la ambiciosa primera dama, Grace Mugabe, que soñaba con heredar la presidencia tras la muerte de su marido, desencadenó la intervención militar.

La embajada de EE UU en Harare presentó la dimisión de Mugabe como un "momento histórico" para el país y reclamó la celebración de elecciones "libres, justas e inclusivas".

La organización internacional Human Rights Watch aseguró que la dimisión de Mugabe es una "oportunidad" para los derechos humanos en el país.