En su caso, la película de su campaña no ha tenido el final que esperaba y su rival, el senador Barack Obama, se proclamó finalmente el vencedor de las primarias y el candidato demócrata de facto.

En las últimas horas, Hillary Clinton se ha resistido a reconocer su derrota, aunque ha mantenido conversaciones con varios miembros del Congreso que le han recomendado su retirada.

Consciente ya de que no llegará por sí sola a la Casa Blanca, Clinton ha puesto en marcha su maquinaria para lograr que Obama le elija como candidata a la vicepresidencia, aunque el senador, por el momento, ha evitado pronunciarse al respecto.

Durante los 17 meses que ha durado esta campaña, Hillary ha pasado de ser la favorita clara a ser la rezagada y tener unas posibilidades cada vez menores. Pero nunca se ha dado por vencida.

"Nunca me rindo, nunca me doy por vencida" ha sido uno de los lemas de su campaña. Y lo ha demostrado.

Ya tras su derrota en los primeros caucus, en Iowa, donde quedó en tercera posición, sorprendió a propios y extraños con una victoria por sorpresa en New Hampshire.

El "supermartes", donde ella, y sus estrategas, contaban con cerrar la candidatura, acabó con un empate técnico entre la senadora y su rival. Pero once victorias consecutivas de Obama en febrero permitieron al senador por Illinois hacerse con una ventaja que, a la larga, se demostraría inexpugnable.

Aun así, e incluso en medio de llamamientos de algunos sectores para que renunciara, Hillary prometió continuar la carrera en tanto tuviera posibilidades. Su claro triunfo en Ohio en marzo, y siete semanas después, una victoria por diez puntos en Pensilvania, le dió alas y un impulso que le permitió ganar en varios de los estados que quedaban por disputar.

Para sus críticos, fue un ejemplo de testarudez. Para sus defensores, un ejemplo de constancia. Ella nunca dejó de creer en sí misma y que, como alegaba, era la candidata con más posibilidades de derrotar al republicano John McCain en las presidenciales de noviembre.

Logró conquistar segmentos clave del electorado demócrata: a las mujeres, en particular las mayores de cincuenta. A los hispanos, a los católicos y a los blancos de clase trabajadora.

Para ello fue necesaria una evolución en su campaña: al principio sembraba sus mítines de detalles de su programa político y se presentaba como la candidata con más experiencia, algo que le dio una imagen distante.

En New Hampshire, unas lágrimas al hablar de la dureza de la campaña le permitieron suavizar su imagen y arañar votos para imponerse por un estrecho margen.

En Pensilvania optó decididamente por un mensaje y una imagen populista. De entonces es una foto memorable en la que aparece en un bar bebiendo tragos de licor con varios trabajadores.

Su campaña también se vio perjudicada por varios pasos en falso.

El último, cuando en una entrevista aludió al asesinato de Robert Kennedy en 1968 en sus argumentos para continuar en la carrera electoral.

Algunos de los peores errores provinieron de su esposo, el ex presidente Bill Clinton. Quizás el más garrafal se produjo cuando, en las primarias de Carolina del Sur, a finales de enero, pareció desdeñar el apoyo de los afroamericanos a Obama.

El triunfo de su rival pone fin a un objetivo para el que Hillary, acostumbrada a capear todo tipo de tormentas personales y políticas, se había preparado desde hace años.

Nacida en 1947 en Chicago, se crió en un hogar estricto, donde se le exigía lo máximo como cuestión de rutina y que le hizo desarrollar un carácter de hierro, racional y, según algunos, calculador.

En la mente de muchos estadounidenses está grabada todavía la imagen de los Clinton cruzando los jardines de la Casa Blanca en 1998 después de que se destapase que Bill había mantenido un romance con Monica Lewinsky, una becaria de la residencia oficial.

Los Clinton partían entonces de vacaciones con su hija Chelsea en medio agarrándoles la mano. Hillary parecía furiosa, pero aun así permaneció al lado de su marido.

Era la segunda vez que se mantenía firme ante los escándalos de faldas de su esposo, después de que en 1992 se revelara que Gennifer Flowers había tenido un romance con Clinton.

El sacrificio la recompensó políticamente, al ser elegida al Senado en el 2001.

En su 60 cumpleaños, en octubre, confesó haber pedido llegar a la Casa Blanca cuando solicitó un deseo al soplar las velas.

"Obviamente deseo y espero ganar", aseguró entonces. No ha sido suficiente.