A las 8:15 horas del 6 de agosto de 1945 la primera bomba atómica de la historia caía sobre la Hiroshima. El "Niño pequeño" (Little boy, en inglés), nombre que el Ejército estadounidense había dado a la bomba, dejaba tras de sí una ciudad arrasada y segaba de forma inmediata, pero también a largo plazo, la vida de unas 140.000 personas. Sesenta años después, sus efectos siguen siendo palpables.

Los hibakushas, nombre con el que se conoce a los supervivientes de Hiroshima y Nagashaki -ciudad sobre la que cayó otra bomba el 9 de agosto de 1945 dejando unos 80.000 muertos-, fueron sometidos en los meses siguientes a exámenes médicos. La combinación entre el intenso calor provocado por la explosión, junto con la presión y la radiación propiamente dicha, provocó en los hibakushas trastornos del crecimiento, envejecimiento prematuro, enfermedades de la sangre y de la piel, daños en el sistema nervioso central y abortos, entre otros muchos problemas de salud. Pero son muchos los que también presentan este tipo de problemas y que descienden de las víctimas de Hiroshima y Nagasaki, los hibaku nisei.