A William Arévalo Pérez le conocían como Charapita. “Así nos dicen porque somos de la selva”, explica su primo César Paredes. Nació en Juanjuí, una ciudad encofrada en la selva peruana y de poco más de 28.000 habitantes. Salió muy lejos de su tierra de nacimiento, matrimoniada con el cultivo de cacao o papaya, para procurarse otro futuro en alta mar. William, de 37 años, es uno de los marineros fallecidos en el naufragio del arrastrero gallego Villa de Pitanxo. “Ya se están haciendo las diligencias para que lo traigan a Perú”. Su primer hogar, porque Galicia también fue su casa.
“Él siempre iba al palangre, a las campañas del espada, pero, como estuvo de baja, el barco partió sin él –ha destacado uno de sus tíos, Carlos Ordóñez–. Quería trabajar y lo llamaron para embarcarse en Vigo en el último momento”. Por eso Charapita iba a bordo del buque hundido el pasado martes a 250 millas de la costa de Terranova; por eso el joven había participado en un reportaje especial de FARO, pero en la cubierta de un palangrero.
En abril de 2020, este periódico contactó con algunas de las principales casas armadoras españolas, la mayoría de capital gallego. El objetivo, reconocer el trabajo de los marineros en alta mar, confinados como siempre, hacia todos los lectores, confinados como nunca. La respuesta fue inmediata y masiva.
Lejos de reivindicar su tarea en tiempos convulsos como personal esencial, el que nunca paralizó su actividad cuando el mundo casi se detuvo, las tripulaciones optaron por mandar ánimos a los que estábamos en casa. Y una de ellas fue la de William.
Se lo contó a los suyos.
“Salió en el reportaje Quédate en casa”, cuenta su primo. Así llamó a aquella información, porque así había escrito esa misma frase en un pequeño retazo de cartón.
Quédate en casa.
“Lo necesitaba”
Y William se quedó en casa cuando salió, sin él, el 'Siempre Juan Luis', el palangrero de A Guarda en el que estaba enrolado. “Le dio dos veces el COVID, por eso es que su barco lo dejó. Se embarcó en esta última porque necesitaba trabajar”. Ahí lo encontró la desgracia.
“Le dio dos veces el COVID, por eso es que su barco lo dejó. Se embarcó en esta última porque necesitaba trabajar”
La pandemia lo había sacudido ya antes sin piedad. Contrajo la enfermedad antes de recibir la vacuna de Janssen, y tuvo que pasar una buena temporada en el hospital. “Muchos familiares lo van a ir a recibir a Lima, y aquí también en la selva ya se está haciendo todo lo necesario para su llegada. Fue un buen ser humano, y no porque se haya muerto de digo eso”.
Hijo de Estela Pérez, también fallecida, hermano de Carlos Omar López Pérez Golito. Le sobreviven dos hijos.
En aquella publicación que él llamó Quédate en casa participaron marineros embarcados en el Índico, Guinea Bissau, Mauritania, Argentina, Senegal o Argentina.
Y trabajadores del mar, pero en tierra, desde Lüdertiz, Porto Grande de Mindelo, Posorja, Beira, Chapela, Puerto Madryn, Zaragoza, Puerto Deseado, Paterna o Durán. Él, el bueno de Chaparita, lo hizo desde algún lugar en medio del Pacífico.
El “esfuerzo”
“Dejar a tu familia para pasar meses trabajando en el mar nunca es fácil, pero es mucho peor en estos momentos de incertidumbre”, apuntaba entonces la gerente de Orpagu, Juana Parada. El Siempre Juan Luis estaba adscrito a esta organización de armadores. “Que sepan los consumidores –terminaba Parada– que detrás del pescado que llevan hoy a sus casas hay un gran esfuerzo de todo el sector por mantener la actividad”.