Un lazo al desencanto y la exclusión social

Dos educadoras sociales del Concello “cazan” a jóvenes en parques y plazas para prestar un servicio único de acompañamiento

Aguiar: “Nos sorprende su necesidad de hablar”

Ni un niño solo: los peques, con las educadoras de taller.  “Nosotras trabajamos con los más pequeños, hacemos refuerzo educativo, trabajamos las emociones, la autonomía y les damos habilidades sociales”, explica Silvia, educadora social de la Unidad de Trabajo Social (UTS) de Coia. Al igual que sus compañeras “cazadoras”, trabaja por mejorar la difícil realidad de cientos de familias de Vigo, solo que lo hace mediante talleres impartidos en los centros que el Concello ha habilitado en los barrios. Y en lugar de salir a buscarlos, son niños que llegan derivados de los servicios del menor, los colegios o las propias familias que lo piden. | MARTA G. BREA

Ni un niño solo: los peques, con las educadoras de taller. “Nosotras trabajamos con los más pequeños, hacemos refuerzo educativo, trabajamos las emociones, la autonomía y les damos habilidades sociales”, explica Silvia, educadora social de la Unidad de Trabajo Social (UTS) de Coia. Al igual que sus compañeras “cazadoras”, trabaja por mejorar la difícil realidad de cientos de familias de Vigo, solo que lo hace mediante talleres impartidos en los centros que el Concello ha habilitado en los barrios. Y en lugar de salir a buscarlos, son niños que llegan derivados de los servicios del menor, los colegios o las propias familias que lo piden. | MARTA G. BREA / coco vecino

Un plan ingenioso podría ser lo que resuma la actividad de los técnicos de intervención social del Concello encargados de “recuperar” a niños y jóvenes en peligro de exclusión social. Lo ejecuta un equipo multidisciplinar integrado por 25 profesionales, entre quienes destacan dos jóvenes educadoras sociales por su papel de “cazadoras” dentro de uno de los proyectos más ambiciosos en este ámbito a nivel local. Ellas son las “educadoras de calle” y tienen como misión sacar de ella a los chavales vulnerables. Por eso, acuden a donde estos se reúnen como parques, plazas, y cualquier rincón donde se pueden sentar a hacer pellas o a fumar un porro sin llamar en exceso la atención.

“Ellos [en alusión a los jóvenes] no vienen a nosotros, así que pensamos en ir nosotros a ellos”, explica la concelleira de Servicios Sociales, Yolanda Aguiar. “Teníamos dudas sobre si iba a funcionar porque es un modelo de intervención que no se hace en ningún otro lugar”, reconoce, pero hoy se muestra satisfecha y orgullosa de la decisión que tomaron.

Una idea arriesgada

La idea era arriesgada porque implicaba seleccionar a profesionales con un perfil que a los adolescentes les pudiera resultar “asumible”, ya que el objetivo era “ganárselos”. Y, para ello, tenían que acercarse “y ser aceptados en el grupo por los propios adolescentes”. Así, dos jóvenes educadoras sociales se atrevieron a liderar este equipo que actúa “sobre el terreno”. Salen por las mañanas a recorrer los puntos de encuentro de los jóvenes vigueses en cualquier lugar de los barrios susceptible de convertirse en centro de ocio habitual.

Hoy, meses después de aquellas primeras salidas, ya conocen los “puntos calientes” donde los jóvenes se encuentran, que recorren de manera periódica para llevar a cabo su labor de intervención social. No es baladí, ya que su continuidad del programa –integrado en el plan local de intervención sociofamiliar, que cuenta con más de un millón de euros de financiación– ha sido posible porque los propios adolescentes han consentido su vuelta. Es decir, cada una de ellas ha establecido un vínculo con cada uno de sus grupos, para los que funciona como “persona referente” para estos adolescentes, de entre 13 y 17 años.

Una tarea complicada porque la primera barrera a salvar es el propio grupo. Son los jóvenes los que abren su círculo de confianza a estas educadoras, permitiendo que les acompañen. Una relación que, pese a no ser de tú a tú, puesto que ellas están trabajando con ellos, sí se hace desde la cercanía y la libertad. “Ellas utilizan el lenguaje de los adolescentes, hablan con ellos de temas que les preocupan y les sacan otros sobre los que es importante que reflexionen. Y lo que más nos ha sorprendido es su enorme necesidad de hablar”, comenta Aguiar.

No se les pide ningún dato personal salvo la edad

No se les pide ningún dato personal salvo la edad y cierta capacidad de reflexión para poder trabajar con ellos. “El año pasado participaron 740 jóvenes a los que nos acercamos en sus momentos de ocio. No todos quisieron seguir más allá, pero 315 dejaron que las educadoras trabajaran con ellos en la calle. Y 138 solicitaron una intervención más profunda”, aclara. Normalmente, piden esa ayuda formal cuando tienen inquietudes como, por ejemplo, cuando han dejado los estudios y no saben qué deben hacer para retomarlos. Aunque hay otros factores.

“Muchos tienen normalizado el consumo (alcohol y drogas), no perciben que eso que llaman porrito es tan dañino”, explica Aguiar que por eso Vigo cuenta con un Plan Local de Drogas en el que los adolescentes están incluidos. La idea es recuperar a estos chavales antes de que salgan definitivamente del sistema. Unos pasos que muchos creen gigantes y que los profesionales dedicados al área de servicios sociales ven tan nimios y alertan de la facilidad con la que se produce esa salida. “Cualquiera puede ser vulnerable”, afirman los trabajadores sociales de los albergues de Vigo, ante el incremento de solicitudes de camas para pernoctar procedentes de personas jóvenes de Vigo con trabajo.

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