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Juan Pérez Rivas | Párroco de San Salvador de Coruxo

“Lo más importante es que nos veamos como hermanos”

Su parroquia lo homenajeará tras 55 años de servicio: “Me he limitado a hacer lo que debía”

Juan Pérez Rivas, en la residencia Nosa Señora da Guía. ALBA VILLAR

Nacido en Vide (As Neves) durante un caluroso verano de 1932, allí se bautizó para acabar yéndose a muy temprana edad. Junto a su madre y padre –suspendido de empleo en la escuela por su ideología– partió a Barcela (Arbo), donde se crio, creció y celebró la primera misa. De allí fue directo al seminario de Tui, con solo 13 años. A los 26 ya era sacerdote –tras formarse como teólogo en Salamanca– y en 1967, después de estar en diferentes parroquias, terminó en la de Coruxo, donde lleva sirviendo desde hace 55 años. Ya con 90, muchos de sus feligreses le rendirán un homenaje el sábado por su compromiso. A pesar de que vive en la residencia Nosa Señora da Guía, sigue respondiendo a sus problemas.

–¿Qué se encuentra uno sirviendo más de medio siglo a una parroquia como la de Coruxo?

–Una satisfacción, porque el estar tantos años tiene la ventaja de que uno se siente más identificado. La parroquia también acepta más a uno. La experiencia de haber vivido tanto, con sus momentos buenos y malos, le da a uno un conocimiento y también le capacita más para adaptarse a la manera de pensar, a la manera de ser… Suele decirse que los hombres son parecidos a los vinos, que los malos se agrian con el tiempo y los buenos mejoran. Al llegar a cierta edad uno sabe comprender más las cosas. Yo creo que la parroquia se adapta más al cura, le va conociendo, y el cura también se adapta más a la parroquia.

–¿Cuáles han sido los problemas más comunes entre sus feligreses?

–A veces es de convivencia en las familias. El problema de las generaciones. Hijos y padres que no se comprenden. La gente echa un poco de menos y ve con nostalgia las costumbres que había antes y no aceptan determinadas cosas…

–Durante tantos años como párroco, notaría muchos cambios

–Sí, claro. Antes se conocía mucho la gente de distintos barrios, hoy muchos ya no se conocen. Se ha perdido un poquito ese sentido de comunidad, en general, pero desde el punto de vista eclesial veo más cohesionada mi parroquia.

–Hablando de variaciones, ¿la forma de creer también se ha alterado con el paso del tiempo?

–Es diferente. Antes digamos que era: “Este va a misa, tiene fe; este no va a misa, no tiene fe”. La fe hoy se percibe como una cuestión muy personal, antes se veía más esa dimensión comunitaria, es decir, la fe también se manifestaba en actividades externas. Ahora es más intimista, se rechaza más la cuestión jerárquica: “No. La fe es cuestión mía, el cura no tiene que meterse ahí”.

–¿Lo achaca a algo en concreto?

–Al cambio social. Antes había un señor que mandaba y en estos momentos reinan las democracias. Aquí existe un peligro también, que es el creer que lo que diga la mayoría es la verdad. Una mayoría, si está equivocada, sigue estando en el error. Si ahora todo el mundo empezase a decir que es de noche, por mucho que diga la mayoría es de día. La verdad es bastante relativa.

–Usted ingresó con 13 años en el seminario de Tui, muy joven, ¿de dónde vino esa vocación?

–La vocación vino desde casa. La mayor parte de las vocaciones vienen del ambiente familiar. Si un niño crece en un entorno que no tiene nada que ver con la fe es difícil que tenga esa vocación. Mi padre ni me apoyó ni me lo impidió, mi madre nunca me obligó ciertamente (se ríe), pero sin embargo sí me apoyaba más en ese sentido.

–Con actos como el de este sábado, en el que se le va a homenajear por su servicio a la parroquia de Coruxo, ¿considera que sus feligreses le tienen en estima?

–¿Conoce esa anécdota en la que le preguntaron a Churchill sobre qué opinaba de los franceses y él dijo: “No sé, no los conozco a todos”? (ríe).

–¿Pero a los que conoce?

–Creo que sí. Me han ofrecido quedarme en Coruxo cuando dije que me iba a la residencia. Cuando me operaron, dos veces de la cadera, también hubo gente, incluso alguna persona a la que no suelo ver por la Iglesia, que se ofreció a quedarse conmigo en el hospital.

–¿Y cómo se sintió cuando supo lo del tributo?

–Personalmente bien, lo del homenaje me parece una cosa excesiva porque me he limitado a hacer lo que debería hacer y menos de lo que debía hacer. Creo que en muchas cosas podría haber hecho más, pero sé que no puedo hacer todo lo que quiero y lo que debo.

–“A estas alturas de la película de su vida no nos queda más que decirle públicamente muchas gracias don Juan por su servicio ministerial y social entre nosotros”, indica una carta remitida por su parroquia… ¿Qué mensaje le mandaría ahora mismo a sus feligreses?

–Les diría como San Pablo cuando les escribía a aquellos fieles de los primeros siglos: “Manteneos unidos así, queridos, manteneos así”. Creo que es lo más importante. Estar unidos; el sentirnos familia; el que cuando nos veamos, nos veamos como hermanos y no nos veamos como desconocidos. Ese es el mejor mensaje que les puedo dar.

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