En Nigrán cuando sopla el viento, el oleaje mueve la superficie del mar y se propaga hasta la costa. Aquella ola venía de muy lejos, había hecho un largo recorrido por siete mares, en la búsqueda de caracolas y peces de colores. Según iba avanzando, a golpes de sol y sal, la ola creció y se hizo inmensa. Era la favorita para el surfeo bebedor de su energía, también la preferida para una segura navegación.  

Pero, casi de pronto, sin avisar, el viento empezó a soplar muy fuerte y la quiso llevar, sin rumbo, a la orilla de la playa. Era demasiado pronto y se resistió. Sin descanso, tuvo que vadear obstáculos y restos de naufragios. Y así, en un tiempo infinito, estuvo hasta que alcanzó la cresta, el punto máximo de su altura. Desde allí, antes de la caída, sin doblegarse, con serenidad húmeda de lágrimas, arremetió con toda su fuerza contra las rocas en un derroche de agua y espuma blanca, salpicando nuestros cuerpos para siempre.

*Maite González era trabajadora social del Hospital Álvaro Cunqueiro