Suena el timbre. Casi corriendo, un alumno llega a su pupitre. Saca los libros de texto y sigue con el lápiz el tema que el profesor explica en alto. Una hora después, vuelve a sonar el timbre y se prepara para la siguiente asignatura, no sin antes anotar los deberes para casa. Y así durante seis horas al día. Este modelo educativo de clases magistrales ya es historia y cada centro explota ahora una metodología adaptada a desarrollar otros aspectos del alumnado más allá del conocimiento puro de la materia.

Un ejemplo de ellos está en las aulas del Colegio María Inmaculada, Carmelitas, donde este curso han coordinado un proyecto educativo llamado “el mundo al revés” que incorpora herramientas digitales, entorno Google, método DUA, taxonomía de Bloom, gamificación, oratoria de debate… y todo a través de la superación de retos o pruebas que permitirá al alumno, partiendo desde los contenido mínimos que deben asimilar en el curso en el que se encuentren, desarrollar su creatividad expresión oral y escrita, capacidad crítica, autodisciplina y motivación. “Son nociones que no te dan los libros, y que hace que ningún niño se quede atrás. Ellos mismos son conscientes de su evolución y de cómo van mejorando. Desarrollamos todas las competencias posibles, no solo las lectivas”, explican los profesores Sandra Rivera y Marcos Pérez.

Estos dos docentes forman parte de la decena de tutores que presentarán este fin de semana este proyecto en un Congreso de Educación. ¿En qué consiste? El objetivo último está claro: “Intentar sacar el mejor rendimiento de cada uno, el que tenga una capacidad más alta, que la desarrolle y el que menos, que no se que atrás, que desarrolle el máximo que pueda todas las competencias posibles”, explica Pérez. La clave está en el cómo.

Juegos o retos

“El mundo al revés” busca implementar la digitalización desde un punto de vista pedagógica. Para ello, y tomando como leitmotiv la serie Stranger Things, a lo largo de todo el curso los alumnos tenían que ir superando una serie de fases –distintos niveles de aprendizaje–. “Todos empiezan con un mismo nivel, es como un juego y tienen que superar unos retos con diferente nivel de dificultad, siempre atendiendo a los conocimientos que deben adquirir en el curso. Al final de cada trimestre hacemos una jornada entera de pruebas competenciales donde hay trabajos cooperativos y otros individuales de cada una de las asignaturas, siempre con contenidos propios de la asignatura”, explican los docentes.

Así, en cada clase se organizan sesiones de debate obligatorias, oratoria, comprensión de texto, audios o vídeos. “No buscamos la figura del niño que memorice, sino que apliquen lo aprendido a través de otros formatos. Por ejemplo, trabajamos en la clase un texto, pues luego tienen que debatir sobre él, explicarlo a través de un vídeo, siempre de forma original, para fomentar la creatividad y su formación digital. Todo lo que hacen en la clase es puntuable, se recogen datos de la progresión de cada alumno y ahí se va formando su nota”, añaden.

Necesidades especiales

Y todo, por supuesto, adaptado a las necesidades de cada niños. “Tenemos chicos o chicas con dislexia, autismo... para ellos la prueba es la misma pero se le adapta, por ejemplo, audición extra o textos más grandes”, incide Rivera.

A parte de una mejora en las calificaciones de los niños y en su desarrollo crítico y competencial, esta metodología les ha permitido captar ciertas carencias en los alumnos. “En un examen solo ves si han estudiado o no, a día de hoy se necesita más en un niño, otros aspectos y otros valores. Otra enseñanza”, suscriben.