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Una familia viguesa con sangre (y sudor) de ‘crossfit’

Rosa, Alfonso, Naiara y Samuel practican juntos este deporte de alta intensidad en el centro Iron Box Vigo de Castrelos: "Esto ayuda a dar conversación entre los cuatro, el deporte lo que te hace es ser disciplinado”

Rosa, Samuel, Naiara y Alfonso, haciendo el pino en una clase de 'crossfit' junto con su entrenador Pedro Crespo. MARTA G. BREA

Decidirse por ir a crossfit no es una tarea fácil. Ponerse de acuerdo cuatro personas, tampoco; y si el cuarteto comparte sangre, ni qué decir. Pero una familia viguesa ha roto con todos los esquemas. Rosa, Alfonso, Naiara y Samuel practican juntos este deporte de alta intensidad tres días por semana en el centro Iron Box Vigo de Castrelos. 

De los 19 años de Naiara Becerra a los 54 de su padre, Alfonso, pasando por los 23 de Samuel y los 46 de su madre, Rosa Romar, esta familia de Vigo vive unida en torno al crossfit, ese deporte al que todos le tienen un cierto respeto antes de estrecharle la mano, pero que acaba siendo para la mayoría una fuente de salud y compañerismo inagotable. No es para menos, esta clase de entrenamiento emanada de los años 70 es empleada incluso para preparar físicamente a los soldados estadounidenses.

De los 19 años de Naiara Becerra a los 54 de su padre, Alfonso, pasando por los 23 de Samuel y los 46 de su madre, Rosa Romar, esta familia de Vigo vive unida en torno al crossfit

“Al principio, hubo bastantes problemas”, comenta Rosa recordando cómo fueron aquellos días de febrero del 2017 en los que la familia formó un cónclave para dirimir qué actividad iban a realizar todos juntos. Llegó a surgir la idea de acudir a clases de baile, algo a lo que Samuel, boxeador por entonces, se negaba. También sondearon la natación o inscribirse a un gimnasio, pero no les acababa de llenar ninguna de las opciones. Fue entonces cuando en medio de una conversación entre cafés y amigos, Rosa y su hijo escucharon por primera vez una palabra que en aquel momento les sonaba a chino: crossfit. Y allá fueron, fumata blanca para una de las disciplinas gimnásticas más temidas por los escépticos. “Nos lo pintaban como hacer cosas muy duras como subir a la cuerda”, se acuerda Naiara.

Los cuatro subidos a unas barras momentos antes del entreno. MARTA G. BREA

Decidieron acudir al box —es así como se le llama al conjunto de las instalaciones donde se practica el mencionado deporte— de Samil para probar: “Yo salí llorando, no sabía hacer una sentadilla”, rememora la Rosa de ahora, quien no se habría imaginado antaño el salto físico que ha experimentado. “Cuando empezó a correr no era capaz de hacer ni un kilómetro y ahora no hay quien la pare”, afirma, orgulloso de ella, su marido. “No sabíamos hacer nada, decíamos: 'Esto va a ser muy duro, lo vamos a dejar’”, remarca la pequeña de la familia, cuya previa experiencia atlética había pasado por el patinaje. Actualmente, tras años de empeño, logra, como mínimo, escalar la pared con los pies, levantar kilos y kilos de peso o parar el reloj en posición de pino. 

“Hay familias que en un restaurante en vez de estar hablando, están los cuatro con el móvil, sin embargo, esto ayuda a dar conversación, algo de lo que podemos hablar los cuatro, el deporte lo que te hace es ser disciplinado”

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Poco a poco, se fueron enamorando hasta de los infinitos nombres en inglés con los que son bautizados cada uno de los ejercicios. Y no solo eso, sino que su iniciativa les ha fornecido un crecimiento familiar envidiable: “Te da tema de debate, estás cenando y siempre sacas algo: ‘Tú te equivocaste aquí o allá’”, comenta Alfonso, al mismo tiempo que hace una reflexión: “Hay familias que en un restaurante en vez de estar hablando, están los cuatro con el móvil, sin embargo, esto ayuda a dar conversación, algo de lo que podemos hablar los cuatro, el deporte lo que te hace es ser disciplinado”. Su hija lo refrenda: “Es como que ahora podemos hablar de algo en común, nosotros nos picamos un poco y cuando acabamos las clases siempre decimos: ‘Oye, ¿tú cuánto peso tal...?’; es una competitividad sana”. Y el nivel de conexión progresa a la par que los músculos: “Hablamos de cualquier cosa, yo no cambio por estar con mis padres en relación a cuando estoy con mis amigos”, abunda Naiara.

Padres e hijos sostienen varios utensilios que usan en su día a día de 'crossfit'. MARTA G. BREA

“Si durante el día no tienes tiempo para estar con tus padres, es un buen momento para reunirse”, coinciden todos, lo que supone a la vez un aliciente: “Al ir con la familia te motiva más porque vas en grupo”, precisa Samuel.

Tras casi seis años inmersos entre barras, burpees, cajones, combas, kettlebells y demás instrumentos y movimientos de variopinta índole, los cuatro evidencian que el crossfit es una disciplina cada vez más común entre la sociedad, alejada de las voces que la limitan a personas con un nivel físico mínimo exigible: “No hay que pensar que es duro, a todo el mundo le cuesta al principio, pero es como todo”, indica el propio Samuel, quien avisa a navegantes, aunque con una sonrisa en la boca: “Todos pasamos el proceso de abrirnos las manos”. Su padre le reafirma: “La dureza es vista desde fuera, el nivel lo puedes marcar tú”; mientras que su madre lo resume en una frase: “Yo soy muy feliz así”.

“No hay que pensar que es duro, a todo el mundo le cuesta al principio, todos pasamos el proceso de abrirnos las manos”

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Por su parte, la hermana valora, esencialmente, la diversidad de las actividades y el compañerismo que las envuelve: “Cada día o mes te llegan cosas nuevas y al final te animas y acabas haciendo una familia con la gente del box al que vas, nosotros estamos encantados, el ambiente aquí es muy bueno, todo el mundo es considerado, no existe competitividad y es muy hogareño”, asegura mientras se acerca al grupo un padre y su hijo de 12 años, Lucas, el querubín de Iron Box Vigo, dando fe de lo relatado; ambos son compañeros de sufrimiento y alegrías dentro de la caja repleta de sudor y superación de Castrelos.

¿Y dónde está el límite de esta familia viguesa crossfitter? “No pensábamos llegar a los seis años, que cumpliremos en febrero, y la meta no sabemos cuál es, va a ser un poco por inercia, pero seguramente será dentro de muchos años”, concluyen, sobre la bocina, antes de adentrarse en un nuevo capítulo de esta historia de comunión familiar y deportiva. 

“Nunca había visto esto. Me chocó, es muy raro, pero me parece superchulo”

Pedro, detrás de la familia en las instalaciones de Castrelos. MARTA G. BREA

A Pedro Crespo, dueño de Iron Box Vigo y uno de los entrenadores de la familia junto con Jorge González, le pareció “increíble” los primeros días ver a los Becerra Romar asistir en comunidad a los entrenos. “Es superchulo. En Madrid, había visto una familia de tres personas, pero no de cuatro, y menos de esta forma, porque están entrenando todos a la misma hora y los mismos días. Me chocó. Es muy raro conseguir que cuatro miembros de una familia sean tan deportistas, tengan tantas ganas de superación, se pongan de acuerdo, se lleven tan bien…”, resume antes de corroborar que el crossfit se trata de una actividad que no pide el DNI. 

"En Madrid, había visto a una familia de tres personas, pero no de cuatro. Me chocó. Es muy raro conseguir que cuatro miembros de una familia sean tan deportistas y se lleven tan bien"

Pedro Crespo - Entrenador de crossfit de la familia

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“Aquí viene gente de todas las edades: desde un niño de 12 años a mi padre, que tiene 60 y sigue entrenando”, indica. Deja claro que lo bueno del crossfit es que tiene tanta variedad de ejercicios —de fuerza y también de resistencia— que es posible adaptarlo a cualquier persona, independientemente de sus años o condición física. “Hay gente que es supersedentaria y llega, entrena y está estupendamente, y hay gente que está muy en forma y se está poniendo aún más en forma. Esta familia es un ejemplo de ello: pueden entrenar juntos, con pesos distintos y movimientos distintos, pero todos realizan un trabajo efectivo”, reflexiona.

Crespo pone en valor el trabajo que se realiza en las instalaciones, “muy variado y completo”, así como la facultad de esta disciplina de sacar brillo a la mejor cara del deporte: esfuerzo, superación, resiliencia, amistad y buen estado de salud. “Creamos a personas muy completas y les brindamos la capacidad de realizar cosas funcionales que van a encontrarse en su día a día. Mucha gente viene y me dice: ‘Yo antes cogía una bolsa de la compra y me costaba muchísimo, o hacía unas maletas y se me pinzaba el lumbar, pero, desde que hago crossfit, no me pasa'. A mi padre, por ejemplo, le molestaban bastante los codos, se había lesionado una vez cogiendo precisamente una maleta y, gracias al crossfit, no ha tenido ninguna lesión en los últimos cinco años. Eso quiere decir algo: que esto funciona. Y esto no es un caso aislado... También tiene innumerables beneficios para la salud mental”.  

"Mucha gente me viene y me dice: ‘Yo antes cogía una bolsa de la compra y me costaba muchísimo, o hacía unas maletas y se me pinzaba la lumbar, pero, desde que hago 'crossfit', no me pasa'"

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El joven cree que uno de los mayores atractivos de la práctica de este tipo de ejercicio radica en disfrutar de la evolución y el cambio físico que proporciona, algo que a todos les sienta “genial” y les genera una especie de “adicción”. “Hace que puedas subir 20 escalones seguidos sin tener el corazón en la boca. Y puedes subir 100 sin ningún problema. Existe una falsa creencia de que las personas que hacen crossfit están mal de la cabeza por realizar entrenamientos a altas intensidades, y no es así, es gente normal que lo prueba y se da cuenta de lo bien que funcionan las clases, lo dinámicas que son y lo guay que se lo pasan”, apostilla, a la vez que ensalza la importancia creciente que ha adquirido esta actividad en Vigo, la ciudad de Galicia con más centros de estas características. “Tanto aquí como en A Coruña, el crossfit está muy explotado”, finaliza antes de animar a todo el mundo a sumarse a perder el miedo de comenzar una nueva (y mejor) vida.

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