In memoriam // Juan Carlos González Polledo

Amante de su profesión y de los suyos

Juan Carlos González Polledo. |

Juan Carlos González Polledo. | / Miguel Ángel Santalices Vieira

Miguel Ángel Santalices Vieira

Miguel Ángel Santalices Vieira

Me entristeció hace unos días el fallecimiento de Juan Carlos González Polledo, médico traumatólogo, al que conocí tras mi llegada a Vigo en los años 80, para trabajar en la Subdirección Médica Provincial del Instituto Nacional de la Salud (INSALUD), y que me honró con su amistad.

Por aquel entonces la atención sanitaria no estaba jerarquizada, se prestaba fundamentalmente a través de los médicos de cupo, tanto en la medicina general como en la atención especializada. Eran jornadas de 2 horas y 30 minutos en la red de ambulatorios.

En el Centro de Especialidades de Coia se concentraban los especialistas de cupo, que atendían los pacientes que les derivaban los médicos generalistas, una media de 30-40 pacientes cada día, prácticamente sin esperas.

Juan Carlos González Polledo era ya un afamado traumatólogo que ejercía en ese centro. Hombre de formación sólida, adquirida en España y Reino Unido, a donde llegó en los años 1973-1974 al Hospital Royal Sea Bathing de Margate y posteriormente al Hospital de Canterbury, en los que estuvo trabajando media década.

En Galicia, su referencia en el ámbito quirúrgico era el Hospital de Fátima, en el que desarrolla su actividad con una estrecha colaboración con el Dr. Julio Babé, director del centro y traumatólogo de reconocido prestigio.

En el homenaje que el Colegio Médico tributa a los colegiados por cumplir 70 años, pasando a ser colegiado honorífico, afirmó que la suya era una profesión de servicio, trabajo y constancia. También comentó que cuando regresó de Inglaterra, para ejercer en Galicia, aquí se sintió más cómodo.

Hombre preocupado por sus pacientes, se llevaba el trabajo a casa, siempre de trato cercano y humanitario, cuidadoso y elegante en sus modales y vestir: americana de buena factura, gemelos en la camisa y perfecto nudo de corbata, que lo convirtieron en un “gentleman”, apasionado también de los coches deportivos.

Como traumatólogo de cupo nunca dejó de atender a un paciente, pese a que a mayores aumentáramos su agenda con alguna más desde la Subdirección Médica. Quizás por eso era tan querido y apreciado por ellos. También sus compañeros valoraban su sentido de la honorabilidad y la defensa que siempre hacía de la profesión, a la que prestigió de forma constante.

La pandemia está impidiendo muchas cosas, entre otras, tener conocimiento con prontitud de quien nos deja y no poder despedir a nuestra gente como desearíamos. Por todo ello hoy recordamos y despedimos a un gran hombre, amante de su profesión, de los suyos y de su tierra.

DEP, Juan.

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